jueves, 1 de enero de 2015

La inteligencia Emocional

Cuando trabaje en Huaycan en la I.E 1279, realice una actividad en clases con mis niños y niñas del Primer grado A, él objetivo era  fortalecer la Inteligencia Emocional, lo primero que hice fue coger una cartulina y me puse escribír el conocido cuento de Las Ranitas. La fábula era cortita y clara  ya que los niños y ninas podían ver el valor de la persistencia y el esfuerzo.
En mi clase ¡por suerte!, siempre hubo muchos voluntarios y por ello tuve que sortear quienes leerían el cuento delante de los demás. Así salieron Milagros y Jordi que fueron los encargados de leerles el cuento a los otros niños.
Después de la lectura mantuvimos una interesante conversación sobre lo importante que es esforzarse en el día a día, pero no sólo eso, sino que a veces ni siquiera el esfuerzo es suficiente, además hay que persistir en él. Incluso cuando creemos que todo está perdido o que no seremos capaces de conseguir lo que queremos.
Cada uno y cada una aportó su opinión y algunos ejemplos en los que ellos y ellas se habían esforzado y habían salido vencedores. ¡Muy
El cuento empieza asi: Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata. Inmediatamente sintieron que se hundían, era imposible nadar o flotar mucho tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas.
Al principio, las dos patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente pero era inútil, sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sintieron que cada vez era más difícil salir a la superficie a respirar.
Una de ellas dijo en voz alta:
¡No puedo más! Es imposible salir de aquí, esta materia no es para nadar. Ya que voy a morir no quiero alargar este dolor. No entiendo qué sentido tiene esforzarse.
Y dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez tragada por el líquido blanco.
La otra rana, más persistente, y quizás más tozuda se dijo:
Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo ya que la muerte me llega, prefiero luchar hasta mi último aliento. ¡No quisiera morir ni un segundo antes de que me llegue mi hora!
Y siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro. ¡Horas y horas!
Y de pronto…de tanto patalear y agitar, agitar y patalear…,la crema se transformó en mantequilla.
La rana sorprendida dio un salto y patinando llegó hasta el borde del bote. Así que salió y se fue caminando alegremente hasta su casa. FIN
La sorpresa para los niños fue también que el cuento estaba sin ilustrar y que eran ellos los que tenían que hacerlo. Se volvieron a pedir voluntarios para hacer esta tarea y, por supuesto, se ofrecieron casi todos. Así que decidimos que para que fuese justo deberíamos de hacer una votación.
Bien, pues, salieron Viviana, Kevin y Sara, y empezaron a ilustrar el cuento, y el resultado fue magnífico.

Entonces la inteligencia emocional es considerada como la habilidad esencial de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos adecuadamente y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás.
Esta habilidad para manejar emociones de forma apropiada se puede y debe desarrollar desde los primeros años de vida ya que las emociones se expresan desde el nacimiento. 
Según Marcia Olivos, psicóloga y pedagoga conectarse con las emociones del pequeño es la forma más básica para producir una comunicación empática, “una suerte de ‘complicidad’ que estará basada en un vínculo más profundo que la simple comprensión de los padres hacia su hijo, y que el niño reproducirá en las relaciones que establecerá en el futuro”.
La educación de las emociones tiene un gran peso en la prevención de posibles problemas emocionales y en el desarrollo de la personalidad del niño. Esta forma de educación debe ser, sin embargo, un proceso continuo y permanente, se puede y debe realizar a lo largo de toda la vida. La competencia emocional se logra a través de la experiencia, de la práctica diaria, contemplando cada momento como una gran oportunidad para aprender y mejorar en este aspecto.
Los expertos plantean que la personalidad se desarrolla a raíz del proceso de socialización, en la que el niño asimila las actitudes, valores y costumbres de la sociedad. Y son los padres los principales encargados de contribuir en esta labor, a través de su amor y cuidados, de la figura de identificación que representan para los hijos, ya que son agentes activos de socialización. Es decir, la vida familiar será la primera escuela de aprendizaje emocional.
La clave está en “tratar a sus hijos como le gustaría que les tratasen los demás”.
Es muy importante escuchar a los niños, prestarles interés sin juzgarles, porque tenemos una clara tendencia a corregirles, a señalar con ahínco sus errores y minusvalorar sus pequeñas proezas e inquietudes.
La escucha activa es una de las máximas de la inteligencia emocional, tan en boga y al tiempo tan desconocida. Y eso que todas las actividades de la vida, todo lo que nos sucede a diario, posee una carga emocional, un impacto que etiquetamos de agradable o desagradable según nuestra experiencia vital.
Pero si conocemos nuestras emociones, las expresamos correctamente y podemos controlarlas, no sólo seremos más felices, sino que tendremos al alcance una formidable herramienta para comprender mejor la conducta de nuestros hijos y corregirles sin necesidad de gritos ni cachetes.
Además, les estaremos guiando por el intrincado mundo de los sentimientos, alfabetizándolos emocionalmente en un proceso que determinará la estabilidad emocional del pequeño, su forma de enfrentarse a la vida y de relacionarse con los demás.
Desarrollo emocional del niño en los primeros años
* El recién nacido siente malestar o sosiego. Llora o ríe. Su mundo es de necesidades, afectos, y acciones, el primer trato con la realidad es afectivo.
 * Hacia los 18 meses ya se han conectado las estructuras corticales con las profundas del cerebro, lo que permite la aparición de una afectividad inteligente.
 * La seguridad del afecto de la madre es lo que permite al niño apartarse, explorar, dominar los miedos y los problemas, una correcta educación proporciona la seguridad y el apoyo afectivo necesarios para sus nuevos encuentros.
 * El desarrollo de la inteligencia está muy ligado a la educación de los sentimientos, sentirse seguro es sentirse querido, en la familia uno es querido radical e incondicionalmente. Las experiencias infantiles impregnadas de afecto pasan a formar parte de la personalidad.
 * Hacia los 2 años entran en su mundo las miradas ajenas, disfrutan al ser mirados con cariño. A partir de ahora cobra gran fuerza educativa la satisfacción ante el elogio o ante las muestras de aprobación de aquellos a quién el aprecia.

Lo que los educadores SI deben hacer:
- Aparcar las prisas y los agobios. Tomar aire, contar hasta diez y pensar dos veces lo que vamos a hacer o decir para resolver un problema con nuestro hijo. Actuar por impulso no suele ofrecer la mejor solución.
- En vez de fijarnos sólo en lo que nuestro hijo hace mal y señalárselo, también conviene reparar, y resaltar, lo que hace bien. Decirle que es un niño muy bueno funciona mejor que insistirle en lo malo que es.
- Escuchar y hablar con nuestros hijos. Para un niño, sus padres son las personas más importantes del mundo, y saberse escuchado y comprendido es la mejor manera de reforzar su autoestima.
- Enséñale a descubrir, nombrar y reconocer las emociones: las suyas y las de los demás, con preguntas del tipo: “Yo estoy contenta, ¿tú también?”; “ya veo que estás enfadada, tómate un tiempo y luego hablamos”; “parece que tu amigo Juan está un poco triste estos días, ¿le pasa algo?”.

Lo que los educadores NO deben hacer
- Negar la importancia de un sentimiento o un problema del niño con frases del tipo “tampoco es para tanto, no es para ponerse así, eso no son más que tonterías…”
- Utilizar las órdenes, los gritos, las amenazas o los cachetes como reacción ante un comportamiento que no gusta. Al final, el niño acabará haciendo exactamente lo mismo.
- Prohibir o reprimir emociones. Los niños aprenden enseguida qué emociones están bien o mal vistas por sus progenitores y reaccionan en función de eso, un comportamiento que a la larga genera bloqueos emocionales. La tristeza, por ejemplo, es un sentimiento poco comprendido en los pequeños.
- Reproducir estereotipos sexistas, muy extendidos en el terreno de las emociones. No se debe contener a los niños con la cantinela machista de “los chicos no lloran” ni fomentar la sensiblería en las niñas.

Actividades para iniciar a los niños en el reconocimiento de las emociones basicas:    
– Proporcionarles un vocabulario relativo a las emociones, para que de esta forma puedan iniciarse en la identificación y comunicación de sentimientos. Es importante brindarles un vocabulario emocional, llamar a las emociones por su nombre: estoy enfadado, estoy triste, siento rabia, estoy contento…
- Pintar con ellos caras de personas que expresen la alegría, la tristeza o el enfado, haciendo que el niño participe y se fije bien en la diferente expresión entre una y otra emoción. Estos dibujos pueden exponerse en un lugar visible de la casa y, cuando el niño manifieste una emoción, llevarle a ese lugar para que intente señalar la que le ocurre a él y se fije bien en ellas. Será una sencilla forma para aprender a etiquetar emociones.
- Delante del espejo imitar con el niño distintas expresiones que representen estados emocionales, para que observen en ellos y en el adulto cómo cambian los ojos, la boca, la frente, las cejas… con cada una de ellas.
– Realizar caretas con cartulinas, cada una representará una emoción. Se puede jugar a que adivinen qué emoción representa cada careta.
- Con un álbum de fotos se puede pasar un momento agradable y educativo emocionalmente, enseñando al niño cada emoción en sus propias fotos y en aquellas en las que aparecen otras personas. De esta forma cada vez será más capaz de diferenciarlas y reconocerlas en sí mismo y en los demás.
- Durante el juego aprovechar para provocar emociones en los personajes y hacer que el niño se fije en ellas: “Mira qué contento está el muñeco cuando gana en la carrera”.
- Aprovechar cualquier situación de relación social, juego o, incluso, conflicto, para poner nombre a las emociones: “Mira cómo llora Juan, se ha caído y le duele mucho.”
El tiempo que se comparte con los niños es vital para proporcionarles un marco de apoyo en el que se desarrolle de forma adecuada su inteligencia emocional.

¿Qué se debe enseñar a los niños?
- A entablar amistades y conservarlas.
- A trabajar en grupo.
- A soportar las burlas.
- A respetar los derechos de los demás.
- A motivarse cuando las cosas se ponen difíciles.
- A tolerar las frustraciones y aprender de ellas.
- A superar sentimientos negativos como la ira y el rencor.
- A tener una autoestima elevada.

Los niños con inteligencia emocional .
- Son seguros de sí mismos
- Trabajan bien con otros niños
- Saben manejar sus emociones
- Son más creativos
- Resuelven problemas por sí mismos
- Saben escuchar y respetar las ideas de otros
- Son perseverantes en los trabajos que realizan
- Tienen una autoestima positiva

Hay conceptos que se introducen poco a poco en nuestro vocabulario. Primero comienza algún erudito, y paso a paso van extendiéndose entre profesionales para terminar siendo algo imprescindible de lo que todos hablan. Es lo que ha ocurrido con la inteligencia emocional, que en la última década ha vivido su explosión. Pero, como todo en la vida, la inteligencia emocional hay que potenciarla, educarla y trabajarla.
Las iniciativas para que en los colegios se empiece a educar en las emociones crecen cada día.
Se basa en la aplicación didáctica, dentro de las áreas curriculares, dando una serie de recursos de educación emocional, social y creativa. Entre ellos se encuentran actividades audiovisuales y libros infantiles y juveniles que ayuden a los escolares a identificar emociones e historias, que apoyen su crecimiento y creatividad y que fomenten valores positivos e incentiven el desarrollo de la lectura. También se deben usar herramientas que enseñen a los alumnos a identificar y expresar emociones a través de la música o de otro tipo de artes.
El objetivo esencial de la educación emocional es conseguir que el niño o el adolescente se conozca mejor a sí mimo para poder tener más autoestima; que aprenda a comprender a los demás; saber reconocer y expresar sus emociones e ideas; desarrollar el autocontrol; aprender a tomar decisiones responsables; y mejorar sus habilidades sociales. Hay diferentes formas de definirlo, pero un mismo propósito: que la persona desarrolle habilidades para enfrentarse a los problemas y pueda tener unas relaciones sociales sanas. «Educar en las emociones es fundamental, es el presente y el futuro»,
Estamos educando a las nuevas generaciones para vivir en un mundo que ya no existe. El sistema pedagógico parece haberse estancado en la era industrial en la que fue diseñado. La consigna respecto al colegio ha venido insistiendo en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas notas” y, posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que muchos han procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de estudiantes, habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.
Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en las fábricas. Segun la psicóloga y pedagoga Marcia Orozco “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la producción en serie”.
Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.
Cada vez más adolescentes sienten que el colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la vida cotidiana. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos, se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden social establecido.
Del mismo modo que la era industrial creó su propia escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo de colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada. Sin embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad. Ahogada por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará mucho tiempo en completarse, ahora mismo sigue estando compuesto por tres subsistemas principales: el plan de estudios (lo que el sistema escolar espera que el alumno aprenda), la pedagogía (el método mediante el cual el colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y la evaluación, que vendría a ser el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.
La mayoría de los movimientos de reforma se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los niños y niñas descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que verdaderamente les apasiona.
 En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.
La base pedagógica de esta educación en auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. Eso sí, el gran referente del siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el ranking elaborado por el informe PISA.
La educación emocional sirve para promover entre los niños y jóvenes una serie de valores que les permitan descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al servicio de la sociedad. Entre estos destacan:
1. Autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno mismo.
2. Responsabilidad. Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el propósito de vida que se persiga.
3. Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.

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