jueves, 31 de mayo de 2018

Aprendizaje Basado en Proyectos

Está más que demostrado que el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) amplía los conocimientos de los alumnos y desarrolla sus habilidades para hacer de ellos personas más competentes. Pero para que esto pueda suceder, es necesario una reflexión muy profunda, que ayude a definir “qué” queremos enseñar, “para qué” lo vamos a enseñar y, sobre todo, “cómo” lo vamos a enseñar.
En este caso, la visión que nos proporciona esta nueva metodología llamado Aprendizaje Basado en Proyectos, considera al alumno como protagonista de su aprendizaje.
Está claro que los alumnos de hoy en día no necesitarán una infinidad de información en su memoria, sino que lo que realmente se valorará y les hará ser competentes, será la capacidad de resolver problemas, ser creativos, innovar, tomar decisiones, trabajar en equipo, y un largo etcétera que poco tienen que ver con saber datos, fechas y otros contenidos vacíos de significado para ellos. Evidentemente, este tipo de habilidades, no se desarrollan con los métodos que hasta ahora se han venido utilizando, y por ello es necesario un cambio en las aulas, un cambio en el que el alumno sea el protagonista de su aprendizaje, y donde el maestro haga de guía y se preocupe de cómo aprende el alumno, en vez de cómo enseñar mejor.

¿Qué queremos enseñar?
Por un lado hablamos del “qué”, que es lo que realmente queremos que nuestros alumnos comprendan. Los docentes debemos seleccionar muy bien los contenidos a la hora de diseñar un proyecto o tópico generativo. Deben ser contenidos abarcadores, motivadores y que provoquen conexiones con anteriores aprendizajes y sobretodo relacionados con situaciones de la vida de los alumnos, algo cercano. Es evidente que seleccionar bien los contenidos a trabajar es clave, pero no tendría demasiado sentido trabajar los contenidos si no sabemos que es lo que realmente queremos que los alumnos desarrollen, qué competencias (aprender a aprender, sentido de la iniciativa, comunicación en diferentes lenguas, matemática y científica, expresión cultural,…) o qué habilidades de pensamiento queremos que consigan a través de esos contenidos.

¿Cómo lo queremos enseñar?
Muchos nos haríamos la siguiente pregunta: ¿y esto cómo lo hago yo en mi clase? El “cómo” es la parte en la que los alumnos deben poner en práctica todo lo que anteriormente hemos venido diseñando. Hasta ahora se vienen realizando actividades que solo medían contenido, pero a través de los desempeños (actividades que conllevan pensamiento), se consigue proponer escenarios en los que los alumnos son quienes tienen que pensar y poner en práctica sus conocimientos en contextos diferentes para ir avanzando en su proceso de aprendizaje. Cuando hablamos de desarrollar habilidades de pensamiento, también nos puede invadir una duda.

¿cómo puedo saber yo como docente lo que está pensando mi alumno y si está adquiriendo las habilidades de pensamiento que me he propuesto trabajar? 
Los estudiantes deberán ser conscientes de sus pensamientos (metacognición) y esto a su vez, se convierte en una herramienta para que los profesores puedan valorar los avances en las habilidades desarrolladas por sus alumnos. Y no solo eso, a la hora de diseñar los desempeños, sería ideal poder hacerlo teniendo en cuenta las Inteligencias múltiples (H. Gardner) y garantizarnos así, que la información que queremos, llegue por diferentes canales a los alumnos, fomentando sus inteligencias más fuertes y colaborando a desarrollar las más débiles. La evaluación Por último y refiriéndonos a la evaluación, ya desde el propio término utilizado se pueden matizar alguna diferencias. Una evaluación consiste en juzgar algo y calificarlo, la valoración, por el contrario, valora algo y ofrece retroalimentación y propuestas de mejora, para que el propio estudiante establezca planes de mejora y de esta manera, sea consciente de los aspectos en los que debe mejorar y en definitiva, hacer realidad esa frase tan utilizada que recalca que el alumno debe ser el protagonista de su propio aprendizaje. En este proceso, herramientas como rúbricas para la autovaloración, escaleras de retroalimentación (alumno-alumno o maestro- alumno) o escalera de metacognición (habilidades de pensamiento), nos resultan muy útiles, ya que los alumnos tienen visible los objetivos y comprensiones a conseguir y pueden contrastar sus logros y establecer planes de mejora.
En definitiva, al trabajar por proyectos o tópicos, se consigue llegar al alumno desde la manera que él aprende y no tanto desde la manera que nosotros enseñamos. También, nos dan la oportunidad de ofrecerles los contenidos necesarios a través de algo motivador, participativo, que fomenta el trabajo en equipo y la creatividad y que además, ofrece espacios para la reflexión personal, ayudándoles así a crecer como estudiante y sobretodo, como personas.

¿Cómo aplicar el aprendizaje basado en proyectos?
1. Selección del tema y planteamiento de la pregunta guía. Elige un tema ligado a la realidad de los alumnos que los motive a aprender y te permita desarrollar los objetivos cognitivos y competenciales del curso que buscas trabajar. Después, plantéales una pregunta guía abierta que te ayude a detectar sus conocimientos previos sobre el tema y les invite a pensar qué deben investigar u que estrategias deben poner en marcha para resolver la cuestión. Por ejemplo: ¿Cómo concienciarías a los habitantes de tu ciudad acerca de los hábitos saludables? ¿Qué campaña realizarías para dar a conocer a los turistas la historia de tu región? ¿Es posible la vida en Marte?
2. Formación de los equipos. Organiza grupos de tres o cuatro alumnos, para que haya diversidad de perfiles y cada uno desempeñe un rol.
3. Definición del producto o reto final. Establece el producto que deben desarrollar los alumnos en función de las competencias que quieras desarrollar. Puede tener distintos formatos: un folleto, una campaña, una presentación, una investigación científica, una maqueta… Te recomendamos que les proporciones una rúbrica donde figuren los objetivos cognitivos y competenciales que deben alcanzar, y los criterios para evaluarlos.
4. Planificación. Pídeles que presenten un plan de trabajo donde especifiquen las tareas previstas, los encargados de cada una y el calendario para realizarlas.
5. Investigación. Debes dar autonomía  a tus alumnos para que busquen, contrasten y analicen la información que necesitan para realizar el trabajo. Tú papel es orientarles y actuar como guía.
6. Análisis y la síntesis. Ha llegado el momento de que tus alumnos pongan en común la información recopilada, compartan sus ideas, debatan, elaboren hipótesis, estructuren la información y busquen entre todos la mejor respuesta a la pregunta inicial.
7. Elaboración del producto. En esta fase los estudiantes tendrán que aplicar lo aprendido a la realización de un producto que de respuesta a la cuestión planteada al principio. Anímales a dar rienda suelta a su creatividad.
8. Presentación del producto. Los alumnos deben exponer a sus compañeros lo que han aprendido y mostrar cómo han dado respuesta al problema inicial. Es importante que cuenten con un guion estructurado de la presentación, se expliquen de manera clara y apoyen la información con una gran variedad de recursos.
9. Respuesta colectiva a la pregunta inicial. Una vez concluidas las presentaciones de todos los grupos, reflexiona con tus alumnos sobre la experiencia e invítalos a buscar entre todos una respuesta colectiva a la pregunta inicial.
10. Evaluación y autoevaluación. Por último, evalúa el trabajo de tus alumnos mediante la rúbrica que les has proporcionado con anterioridad, y pídeles que se  autoevalúen. Les ayudará a desarrollar su espíritu de autocrítica y reflexionar sobre sus fallos o errores.

La Educación según Francesco Tonnuci

Francesco Tonucci, conocido como Frato, es un psicopedagogo, dibujante y pensador famoso por defender la importancia que deben tener los niños en la organización y la vida de las ciudades. Ejerció como profesor, realizó una crítica satírica del sistema educativo actual y la forma de trabajar de las escuelas y ha investigado a fondo el desarrollo cognitivo de los niños, su pensamiento, su comportamiento y la metodología educacional. El 1991 puso en marcha en Fano, su ciudad natal, el proyecto “La ciudad de los niños”, que situaba a los más pequeños como protagonistas al planificar la ciudad. Te explico la visión educativa de este pedagogo italiano, que también en la escuela apuesta por escuchar, comprender y respetar a los niños.
Hay que escuchar a los alumnos y confiar en ellos. Es importante tener confianza en la competencia y la capacidad de los niños, en lo que saben, y escuchar su mundo interior, toda esa información y esos saberes que traen consigo a la escuela. Ahora los niños solo pueden escuchar al maestro, no se les da la palabra. Las escuelas deben ser democráticas, no igualitarias. Los estudiantes deben formarse como ciudadanos libres y soberanos. Por eso hay que huir del esquema tradicional en el que el profesor es quien tiene los conocimientos y los alumnos son vasos vacíos que hay que llenar y, por lo tanto, todos iguales. Los estudiantes acuden a la escuela con unos conocimientos y un saber que deben desarrollar, y el profesor debe ser capaz de motivarles e impulsar el proceso. La heterogeneidad en el aula es buena. La diversidad, lejos de ser una dificultad o una barrera, es una ventaja y una riqueza que debe aprovecharse. Ya sea cultural, de género, de religión o raza… Incluso es interesante mezclar a niños con diferentes edades en la misma clase, para sacar así el máximo partido a sus diferencias y características propias. Los niños deben participar en la organización de la escuela. Igual que la ciudad debe planificarse teniendo en cuenta a los niños y sus necesidades, los centros escolares tienen que implicar en su gestión a los alumnos. Si el niño participa de forma activa en la organización y en la toma de decisiones en el centro escolar, se sentirá parte de éste, sentirá que es “su escuela” y su conducta y desempeño serán mejores. El aprendizaje tiene que ser cercano y divertido. Los docentes deben escuchar a los niños para enseñarles a partir de lo que ya conocen y teniendo en cuenta lo que les motiva y les interesa. Además, deben ser capaces de aprovechar la capacidad de los niños para concentrarse y esforzarse en aquello que les gusta y les divierte, motivarles y apelar a su forma de trabajar, sus fortalezas y sus capacidades concretas. Necesitamos los mejores maestros. Un buen profesor escucha a sus estudiantes, busca la excelencia, personaliza el aprendizaje teniendo en cuenta la realidad del alumno y promueve el trabajo en grupo en vez de la competencia, porque cree en la suma de capacidades para lograr el éxito. La lectura en voz alta en el aula debería ser obligatoria. Leer en voz alta en clase es una de las herramientas educativas más eficaces. Todos los docentes deberían leer a sus alumnos durante al menos 15 minutos todos los días, con cierta teatralización, haciéndoles partícipes de las historias y los personajes para transmitirles el amor por la lectura. El juego y el ocio son importantes. Los momentos de libertad, esparcimiento y diversión fuera del aula resultan fundamentales para el niño y, además, influyen de manera positiva en el proceso de aprendizaje. Fuera del horario escolar, los estudiantes tienen que disfrutar, libremente y sin adultos, de su tiempo de esparcimiento, juego y actividades artísticas y culturales, como indica el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño . Además, estos momentos sirven para que los niños descubran y formen su carácter, sus actitudes y su forma de reaccionar ante el mundo. Los deberes son un error. Las tareas se piensan como ayuda, especialmente a los que más lo necesitan, pero no consiguen este objetivo porque generalmente los niños que tienen más dificultades no suelen contar en casa con el apoyo necesario para hacer los deberes. Esa labor de enseñar y cubrir las lagunas educativas corresponde al profesor, no a los deberes, y debe hacerse dentro del horario escolar. Una buena escuela se construye sobre la vida de sus alumnos. Estamos privando a los niños de su vida, solo les cargamos de más actividades formativas, cuando lo que necesitan es vivir experiencias y así tendrán algo que compartir al día siguiente en la escuela. Sobre esa experiencia se construirá el conocimiento. Por eso necesitamos ciudades que permitan a los niños vivir como ciudadanos.

¿Debería enseñarse ‘algo más’ que las materias contempladas en el currículo?

Desde mi punto de vista, la escuela conserva hoy en día una naturaleza que parecía normal en los años de mi infancia, en los 80 y parte de los 90,
Claro que sí. En una poesía que leí explica que los niños tienen 100 lenguas, 100 manos, 100 maneras de conocer, de jugar, de soñar… Tienen 100 lenguajes, pero les roban 99. ¿Quién lo hace? Muchos, incluidas las escuelas. ¿Cómo? Proponiendo poco, sólo tres o cuatro y nada más. Es decir, los alumnos que sacan buenas notas en Lenguaje, Matemáticas y Ciencias seguro que ‘salen adelante’, pero qué pasa con los que nacieron bailarines, investigadores, músicos, periodistas, artesanos… Para ellos la escuela no existe. Esto no es una escuela para todos, sólo para unos pocos. Creo que los colegios del siglo XXI deben ser lugares donde cada uno pueda reconocerse y pueda desarrollarse, donde cada uno encuentre lo suyo, porque propone un amplio abanico de lenguajes. En mi caso, por ejemplo, nací para explorar mi medio ambiente, y la escuela nunca se preocupó de eso. Obtenía entre 16 y 20 en ciencias y  de 10 para abajo en Matemáticas y siempre tenía miedo de que me suspendieran. No me sirvió ser el mejor en ciencias y estoy convencido de que si se hubiese reconocido mi competencia, mi capacidad en esta materia, seguramente mejorase en Matemáticas, por orgullo. ¿Deberes sí o no? No, en absoluto, sobre todo en el caso de Primaria. Me parecen un abuso y una equivocación. Son una equivocación porque los niños que más saben, los más capaces son los que normalmente tienen una madre o un padre que les puede ayudar u orientar y llegarán al día siguiente con los deberes hechos, y han aprendido algo. Pero pensemos en el niño que tiene problemas escolares, con numerosas lagunas; cuando llegue a casa es posible que no tenga a nadie a quién recurrir, a veces físicamente, a veces porque los padres tienen menos conocimientos que sus hijos porque son de clase social baja; es decir llegará a la escuela sin haber hecho los deberes o mal hechos. De este modo, la diferencia que hay entre estos dos niños ha aumentado un poco en vez de reducirse. Creo que los deberes, que son los ejercicios para recuperar lagunas o para fortalecer conocimientos, y que son necesarios deben ponerse dentro del horario escolar con la garantía de la presencia de un maestro que es el único que sabe lo que necesita cada uno de sus alumnos. Es inaceptable que la escuela pida a las familias que ayuden a sus hijos a recuperar cosas que ella misma no ha sabido ofrecer. Debe asumir su responsabilidad. Y son un abuso, porque desde hace cerca de 30 años hay una Convención sobre los Derechos del Niño, en el que hay dos artículos al respecto: el 28, que indica que los niños tienen derecho a la Educación y el 31, que lo tienen también para el tiempo libre y el juego, por lo que son dos competencias diferentes y con la misma importancia. De hecho, la investigación científica demuestra que el juego vale tanto como estudiar. Si las mañanas ‘son’ de la escuela, las tardes, el fin de semana y las vacaciones son de los niños, y que ellos lo administren como quieran.

"Que un niño se aburra en la escuela es algo que no se debería tolerar"

El problema es que existe la sensación de que una escuela que le guste a los niños no es un buen colegio. Los padres mismo, a veces, se preocupan si el niño va contento a la escuela porque piensan que esta no es seria. Esto se debe a que una escuela seria, tal como la recordamos los adultos, es la que hace sufrir a sus alumnos. Yo estoy totalmente en contra de esto. La escuela, para mí, debe ser un lugar ameno, simpático y agradable pues los niños pasan en ella mucho tiempo. Si en el trabajo la gente se encuentra bien, a gusto, trabaja mejor y produce más. La escuela es igual. Que se aburran los alumnos en ella es algo que no se debería tolerar y, sin embargo, se considera normal.
Para que los niños no se aburran en la escuela simplemente puedan hacer lo que a cada uno le guste.  Que cada niño haga lo que le gusta es permitirle que desarrolle aquello para lo que ha nacido, su vocación. García Márquez decia que «uno nace escritor, poeta o músico y a veces no lo sabe. Para él sería muy importante que, cuando entre por primera vez en una escuela, encuentre a alguien que le ayude a descubrir su juguete preferido».
Lo más importante de la educación no es impartir el currículo, sino ayudar al niño a dar con su juguete preferido, con el que desarrollarse y ser feliz toda la vida.
El secreto del maestro no es enseñar, eso es lo que cuenta menos, sino educar.
Mi deber como maestro es desarrollar las capacidades de los niños, no enseñarles mis competencias. Yo en mi época de estudiante era siempre el mejor en cencias, pero no le interesaba a nadie. Sufría mucho porque tenía problemas en matemáticas. Pero el maestro no me decía «como tú has nacido para cuidar el medio ambiente, no te preocupes, ya llegará la matemática». No estoy diciendo que hay que desarrollar solo lo que el niño quiere, pero si éste se dedica con toda su alma a ello, también desarrollará lo que le falta.
Las tareas no consiguen los resultados que la escuela propone. En teoría los plantea como un refuerzo para los alumnos más débiles... Entrenar, entrenar y entrenar hasta aprender. Los que ya saben mucho no se entiende por qué tienen que hacerlos, pues para ellos es un castigo y nada más. El problema está en que los alumnos más débiles tienen también familias débiles, pues lamentablemente el éxito escolar es correlativo al nivel sociocultural de los padres. Esto es una enorme injusticia. Otra denuncia a la escuela, que debería compensar lo que le falta al niño al nacer y no lo hace. Estos niños que saben poco muchas veces no tienen una familia ni preocupada por su experiencia escolar ni capaz de ayudarles con los deberes, pues casi siempre sus padres saben menos que ellos. Si un niño necesita recuperar, eso es una competencia que la escuela no puede dejar en manos de los padres. Ese es un papel que corresponde al colegio dentro del horario escolar, con la presencia y la garantía del maestro, que es el único que sabe cómo moverse para que el niño pueda recuperar las lagunas que tiene. Además, los deberes son un abuso porque ocupan un tiempo de los niños que no es del colegio. Los escolares ya pasan cinco o seis horas al día en el colegio y eso es más que suficiente. La escuela no tiene derecho a ocupar más tiempo de la infancia. Al contrario, debería estar sumamente interesada en que los niños aprovechen el tiempo fuera del horario escolar para jugar, descubrir y vivir experiencias que poder contar en el aula. La escuela necesita de la vida de los niños, si no recibe este aporte tiene que volver al currículo y al libro de texto, y por tanto es una mala escuela.

La misión principal de la escuela ya no es enseñar cosas

La misión de la escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hace mejor la TV o Internet. Entonces ¿cuál es su misión? Su misión debe ser el lugar donde los chicos aprendan a manejar y usar bien las nuevas tecnologías, donde se transmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo.
El colegio no debe asumir un papel absorbente en la vida de los chicos. Necesitamos de los niños para salvar nuestros colegios.
Propongo en primer lugar, que los maestros aprendan a escuchar lo que dicen los niños; que se basen en el conocimiento que ellos traen de sus experiencias infantiles para empezar a dar clase. No hay que considerar a los adultos como propietarios de la verdad que anuncian desde su pupitre. Recomiendo que las escuelas sean bellas, con jardines, huertas donde los chicos puedan jugar y pasear tranquilos; y no con patios enormes y juegos uniformes que no sugieren nada más que descarga explosiva para niños sobreexigidos. Y que los maestros no llenen de contenidos a sus estudiantes, sino que escuchen lo que ellos ya saben, y que propongan métodos interesantes para discutir el conocimiento que ellos traen de sus casas, de Internet, de los documentales televisivos. ¡Que se acaben los deberes! Que la escuela sepa que no tiene el derecho de ocupar toda la vida de los niños. Que se les dé el tiempo para jugar.
Pido a gritos a políticos y dirigentes que respeten la voz de los más pequeños.
La escuela debe hacerse cargo de las bases culturales de los chicos. Antes de ponerse a enseñar contenidos, debería pensarse a sí misma como un lugar que ofrezca una propuesta rica: un espacio placentero donde se escuche música en los recreos, que esté inundado de arte; donde se les lean a los chicos durante quince minutos libros cultos para que tomen contacto con la emoción de la lectura. Los niños no son sacos vacíos que hay que “llenar” porque no saben nada. Los maestros deben valorar el conocimiento, la historia familiar que cada pequeño de seis años trae consigo.
Pero cómo se deberían transmitir los conocimientos. En realidad, los conocimientos ya están en medio de nosotros: en los documentales, en Internet, en los libros. El colegio debe enseñar utilizando un método científico. No creo en la postura dogmática de la maestra que tiene el saber y que lo transmite desde un pizarrón mientras los alumnos (los que no saben nada), anotan y escuchan mudos y aburridos. El niño aprende a callarse y se calla toda la vida. Pierde curiosidad y actitud crítica.
Yo me imagino aulas sin pupitres, con mesas alrededor de las cuales se sientan todos: alumnos y docentes. Y donde todos juntos apoyan, en el centro, sus conocimientos, que son contradictorios, se hacen preguntas y avanzan en la búsqueda de la verdad. Que no es única ni inamovible.
El rol del maestro debe ser el de un facilitador, un adulto que escuche y proponga métodos y experiencias interesantes de aprendizaje. Generalmente los pequeños no están acostumbrados a compartir sus opiniones, a decir lo que no les gusta. Los docentes deberían tener una actitud de curiosidad frente a lo que los alumnos saben y quieren. Les pediría a los maestros que invitaran a los niños a llevar su mundo dentro del colegio, que les permitieran traer sus canicas, sus animalitos, todo lo que hace a su vida infantil. Y que juntos salieran a explorar el afuera.
A veces pienso que la escuela no se relaciona con la vida. porque propone conocimientos inútiles que nada tienen que ver con el mundo que rodea al niño. Y con razón éstos se aburren. Hoy no es necesario estudiar historia de los antepasados, sino la actual. Hay que pedirles a los alumnos que se conecten con su microhistoria familiar, la historia de su barrio. Que traigan el periódico al aula y se estudie sobre la base de cuestiones que tienen que ver con el aquí y ahora. Esto los ayudará a interesarse luego por culturas más lejanas y entrar en contacto con ellas.
La escuela debe ser el lugar donde se aprenda a manejar y utilizar bien la tecnología, donde se trasmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo.
La escuela está asumiendo un papel demasiado absorbente en la vida de los niños. No debe invadir todo su tiempo. La tarea escolar, por ejemplo, no tiene ningún valor pedagógico. No sirve ni para profundizar ni para recuperar conocimientos. Hay que darles tiempo a los niños. La Convención de los Derechos del Niño les reconoce a ellos dos derechos: a instruirse y a jugar. Deberíamos defender el derecho al juego hasta considerarlo un deber.

domingo, 30 de julio de 2017

Un ejemplo a seguir: Janusz Koczack

Hace poco vi una pelicula sobre los judíos "Masacre Judia" y me hizo recordar a uno de los personajes del cual uno de mis profesores de la UNE nos comentaba mucho halla por los años 1994. He aquí una breve reseña sobre su ilustre trabajo en el campo de la educacion.
Nacido en el seno de una familia judía bien integrada a la sociedad europea y defensora de los valores de la Haskalá, Korczak fue médico pediatra, pedagogo, escritor, publicista, activista social y oficial del Ejército Polaco. Pedagogo innovador, fue autor de varias publicaciones sobre la teoría y la práctica de la educación. También fue precursor de la lucha en favor de los derechos y la igualdad de los niños. Como Director del Orfanato Judío de Varsovia proveyó a los niños internos de un sistema de autogobierno y la oportunidad de producir su propio periódico, Maly przeglad (La Pequeña Revista), fundada por Korczak mismo y publicada entre 1920 y 1939. Se trataba de una publicación pionera redactada a partir de material enviado por los niños y dedicada principalmente al lector infantil. Korczak también fue uno de los primeros pediatras en promover la investigación en el campo del desarrollo, la psicología y el diagnóstico educativo del niño. “Un hombre maravilloso que era capaz de confiar en los niños y jóvenes de los que cuidaba, hasta el punto de dejar en sus manos las cuestiones de disciplina y encomendar a algunos de ellos las tareas más difíciles con gran carga de responsabilidad”, expresó acerca Korczak el psicólogo suizo Jean Piaget, quien visitó Dom sierot (El Hogar de los Huérfanos), centro fundado y dirigido por Korczak. Como judío y polaco, Korczak siempre asumió su identidad como tal. A los treinta años de su muerte se le concedió, a título póstumo, el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes. En su honor se entrega también el premio Janusz Korczak de literatura.
Korczak nació en Varsovia, en el seno de una familia polaca de origen judío, hijo del abogado Józef Goldszmit (1844-1896) y de Cecylia Gębicka (1853/4-1920). No se conserva el original de su partida de nacimiento, por esa razón se desconoce la fecha exacta de su natalicio. La familia Goldszmit provenía de la región de Lublin (Lubelskie), mientras que los Gębicki eran de la región de Poznań; el bisabuelo Maurycy Gębicki y el abuelo Hersz Goldszmit eran médicos. El padre de Janusz Korczak y sus abuelos maternos están enterrados en el cementerio judío de Varsovia en la calle Okopowa (se desconoce el lugar de enterramiento de la madre). La buena situación económica de la familia Goldszmit empezó a empeorar debido a la enfermedad mental del padre quien a principios de los años 1890 fue ingresado por primera vez en un hospital psiquiátrico con síntomas de demencia. El padre murió el 26 de abril de 1896. Tras su muerte, Korczak, todavía un joven escolar de 17-18 años, empezó a impartir clases particulares para ayudar a mantener a su familia. Su madre, Cecylia Goldszmit, se vio obligada a realquilar las habitaciones de su piso de Varsovia. Korczak se presentó al examen de bachillerato cuando tenía ya veinte años. Janusz Korczak leía mucho desde niño. Años después, en el diario que escribió ya en el gueto de Varsovia, apuntaba: “caí en la locura, en una furia lectora. El mundo dejó de existir para mí, sólo existían los libros”. En 1898 empezó los estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad Imperial de Varsovia. En verano de 1899 por primera vez viajó al extranjero: a Suiza, donde conoció la actividad y la obra pedagógica de Johann Heinrich Pestalozzi. A finales de aquel año fue arrestado por su actividad en las salas de lectura de la Asociación Benéfica de Varsovia. Estudió durante seis años, repitiendo el primer curso. Fue estudiante de la Universidad Volante. En aquella época pudo conocer de cerca los barrios de extrema pobreza, la vida del proletariado y lumpenproletariado. Era miembro de la Logia Masónica “Gwiazda Morza” (“La estrella del mar”) de la Federación Internacional Le Droit Humain, fundada con el objetivo de “conseguir la conciliación de toda la humanidad por encima de las barreras religiosas y buscar la verdad manteniendo siempre el respeto entre los hombres”. El 23 de marzo de 1905 se diplomó en Medicina. En junio de ese mismo año, tuvo que alistarse como médico militar en el ejército imperial (Polonia como país no existía a consecuencia de las Particiones de Polonia). Durante la guerra ruso-japonesa, participó en las maniobras de Harbín; los niños de Manchuria le enseñaron chino. No volvió a Varsovia hasta finales de marzo de 1906. Entre los años 1905 -1912 trabajó como pediatra en el Hospital Infantil “Bersonów Baumanów”. Como ”médico local”, a cambio de alojamiento en el hospital, se ofreció a estar de guardia permanente y cumplía sus obligaciones abnegadamente. En su ejercicio como médico no evitaba los barrios habitados por el proletariado. De los pacientes más pobres aceptaba a menudo una remuneración simbólica o les ofrecía ayuda para la compra de medicinas; mientras que a los ricos, aprovechando su fama como escritor, les cobraba honorarios muy altos. Desde 1907 hasta 1910/11 permaneció en el extranjero ampliando sus estudios; asistió a diversas conferencias, realizó prácticas en los hospitales infantiles y visitó centros educativos, internados y asilos. Pasó casi un año en Berlín (1907-1908); estuvo cuatro meses en París (1910); y un mes en Londres (1910 ó 1911). Como escribiría años más tarde, fue precisamente en Londres donde tomó la decisión de permanecer soltero y dedicar su vida a “servir al niño y su causa”. En aquel tiempo estaba entregado a trabajos sociales, pertenecía a la Asociación de Higienistas de Varsovia y la Asociación de los Campamentos de Verano. En 1906 publicó Dziecko salonu (El niño de salón), libro muy bien recibido por los lectores y la crítica. A partir de entonces, gracias a la fama que le trajeron las publicaciones, se convirtió en un pediatra conocido y muy solicitado en Varsovia. En 1909 ingresó en la asociación judía Pomoc dla Sierot (Ayuda para los huérfanos), que unos años más tarde fundó su propio orfanato Dom Sierot (Hogar para los Huérfanos) y cuyo director fue precisamente Korczak. Durante la primera guerra mundial tuvo que alistarse de nuevo en el ejército imperial. Prestó sus servicios como segundo jefe médico del lazareto de la división, sobre todo en Ucrania. En 1917 fue designado para ejercer de médico en los asilos para niños en los alrededores de Kiev. Dos años antes, durante unas cortas vacaciones que pasaba en Kiev, se encontró con Maria Falska (apellido de soltera, Rogowska), una activista social e independentista polaca que en aquel momento dirigía un internado para chicos polacos. Korczak regresó a Varsovia en junio de 1918, tras terminar con el grado de capitán el servicio militar en el ejército ruso. Volvería a la vida militar después de la declaración de independencia de Polonia (11 de noviembre de 1918); esta vez a las filas del restituido ejército polaco. Durante la guerra polaco-bolchevique (1919-1921) sirvió como médico en los hospitales militares de Varsovia. Enfermó de tifus. En reconocimiento de su actividad laboral fue ascendido al grado de comandante del Ejército Polaco.
Desde la más temprana juventud le interesaban las cuestiones relacionadas con la educación de los niños. Estaba influido fundamentalmente por las ideas y experiencias de la “nueva educación” y encontró su inspiración en la teoría de progresismo pedagógico, elaborada, entre otros, por John Dewey, así como en los trabajos de Decroly, Montessori y pedagogos anteriores, como Pestalozzi, Spencer, Fröbel. Conocía el ideario educativo de Tolstoi y subrayaba la necesidad de diálogo con los niños. Sus publicaciones y conferencias se centraban en los temas relacionados con la educación infantil y la pedagogía. Su experiencia pedagógica que comenzó con las clases particulares y el activismo social culminó en su trabajo como director de Dom Sierot y cofundador de Nasz Dom. En la época de entreguerras impartía clases en diferentes universidades del país. Por ejemplo en el Instituto Nacional de Pedagogía Especial (actualmente Academia de Pedagogía Especial “Maria Grzegorzewska”); el Seminario Nacional de Profesores de la Religión de Moisés o en el Instituto Nacional de Formación de Maestros. Korczak estaba a favor de la emancipación del niño y del respeto de sus derechos, incluso promovía el autogobierno de los niños. El sistema de funcionamiento en los orfanatos de Korczak se basaba en la práctica de los principios de la democracia que les correspondían a los propios niños en la misma medida que a los adultos. “El niño razona y entiende del mismo modo que un adulto: tan sólo carece de su bagaje de experiencias”. La revista publicada por y para los niños constituía un foro, una cantera de talentos y un importante pilar en la sociabilización de los niños, sobre todo, de los que venían de las familias judías ortodoxas. El médico Korczak se pronunciaba a favor de la resocialización y de otorgar, de manera innovadora, cuidados especiales a los niños de baja extracción social. En su opinión, la formación social del niño no estaba tanto en la intimidad del hogar familiar como en la relación con sus compañeros. Sus objetivos fundamentales se basaban en que los niños pudieran confrontar sus primeras convicciones y sus ideales en ciernes entre ellos, participando en el proceso de sociabilización y preparándose para la vida adulta. Intentaba garantizar a los niños una infancia libre de preocupaciones, que no de obligaciones. Creía que el niño mismo debería entender y vivir emocionalmente cada situación concreta: experimentarla, sacar sus propias conclusiones y, eventualmente, prevenir las posibles consecuencias. Trataba a los niños como si fueran suyos. Esta actitud la confirmó su actividad posterior. Sus convicciones altruistas no le permitían tampoco destacar y tratar de manera privilegiada a un grupo pequeño de sus protegidos. En su opinión, la familia tradicional no constituía el núcleo fundamental de la sociedad. No aceptaba el papel social que le adscribían en los círculos cristianos más conservadores y los judíos tradicionales. El ideario educativo de Korczak está basado en:
- El rechazo de cualquier tipo de violencia, sea física o verbal, basada en la superioridad debida a la edad o a la jerarquía del poder.
- La idea de interacción educativa entre los adultos y los niños que amplía el concepto de la pedagogía clásica.
- La convicción de que el niño es un ser humano en la misma medida que un adulto.
- La regla según la cual el proceso educativo debería tener en cuenta la individualidad de cada niño.
- La creencia en que el niño es quien mejor conoce sus necesidades, deseos y emociones, y por lo tanto debe tener derecho a que su opinión sea tomada en cuenta por los adultos.
- El derecho del niño al respeto de los adultos, el derecho a equivocarse y a fracasar, el derecho a la privacidad, así como a la libertad de opinión y a la propiedad privada, - La consideración del desarrollo evolutivo del niño como una tarea compleja y difícil.
En la actualidad es cada día más habitual considerar a Janusz Korczak como un precursor de modernas teorías pedagógicas. Al mismo tiempo su amplia concepción de los derechos del niño constituye un punto de referencia crucial para muchos autores contemporáneos.​ "Cambiar el mundo significa cambiar la educación”, opinaba Korczak. Korczak es considerado como​ uno de los pioneros de la corriente pedagógica llamada actualmente “la educación moral”, aunque él mismo no había formulado ninguna teoría sistemática sobre esta materia. Sus ideas pedagógicas eran más empíricas que teóricas. Aunque conocía muy bien las corrientes pedagógicas y psicológicas de su época, se mostraba contrario a la doctrina en la didáctica en general. Korczak no se identificaba con ninguna ideología política ni doctrina educativa concreta, no obstante, podría ser considerado precursor de varias corrientes.
Su actitud hacia la educación infantil influyó en las iniciativas legislativas en favor de los niños llevadas a cabo después de la segunda guerra mundial. Polonia ha participado en esas iniciativas de forma activa, preparando la Declaración de los Derechos del Niño de 1959 y como inspiradora de la Convención sobre los Derechos del Niño aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989

La escuela que queremos

Ayer al mediodía del Sabado concluyó el Congreso Aprender a Pensar y a  lo largo de la intervención del expositor hago un resumen de algunas  claves que debería tener la escuela para aprender a pensar. Una escuela que escucha es abierta a todo tipo de lenguajes, rica en estímulos, creativa, cooperativa, científica y democrática. Un momento educativo debería empezar siempre por la escucha y nunca por la propuesta. Siempre tendríamos que empezar escuchando a los niños, lo que les daría una idea de lo importante que es para la escuela cada uno de ellos y lo que puede aportar. Antiguamente los niños iban a la escuela solo para escuchar, un poco como está ocurriendo ahora, presumiendo que quien escucha no sabe y el que habla es el que sabe, al contrario debe ser donde en una escuela  sea el profesor el que escuche a los alumnos para conocer lo que saben, lo que piensan, lo que esperan, lo que pueden aportar.
La escuela debe ofrecer un abanico amplio de lenguajes y no seleccionar algunos por considerarlos más importantes, como leer, escribir y contar. Esto indica una forma de evaluación restringida que no recoge toda la diversidad de los alumnos. Por el contrario, la escuela debería ofrecer una amplia variedad de lenguajes que no destacara unos sobre otros. Entonces dibujar, bailar, hacer manualidades, practicar deportes, realizar experimentos científicos, o cualquier otra forma de expresión, sería igualmente relevante para comunicarse, aprender y valorar la aportación del alumno. El artículo 13 de la convención de los derechos del niño, se debería conocer de memoria por parte de los profesores, habla de la libertad de expresión, por cualquier medio elegido por el niño, cualquier forma de expresión, incluida la artística. Lo que propone es “ofrecer a niños distintos oportunidades distintas” para que cada uno se sienta reconocido en aquello que para él es fundamental. El desafío de la educación consiste en ayudar a cada alumno a descubrir lo que es lo suyo.
La escuela debería ser también un lugar especial integrado por espacios con sentido, como sucede en Infantil, en donde se cuenta con un gran espacio abierto formado por rincones. Esto se pierde al pasar a la primaria, en donde se introduce el concepto cerrado de aula. El aula es ese lugar antinatural en donde los alumnos, sentados durante horas, aunque estén cansados, hacen de todo en la misma postura, las mismas disciplinas”, con transiciones de tiempo tan breves para pasar de unos temas a otros que no permiten al alumno prepararse para cambiar de un aprendizaje a otro. “El niño en el aula, en un minuto tiene que cambiar el chip porque ha salido la señora de lengua y ha entrado la señora de matemáticas. No tiene sentido. Ellos necesitan un tiempo.
La escuela goza de la diversidad porque la hace rica. Debe ser científica y no dogmática; no puede seguir un libro de texto, que es lineal; creativa; que eduque a los niños en el placer y la emoción de buscar nuevas salidas y nuevas soluciones; una escuela cooperativa, democrática, donde los niños son escuchados por los profesores para saber qué saben y para participar en el gobierno de la escuela.
A mi modo de ver la clave del cambio está en los profesores. En nuestro país, en estos 40 años han intentando cambiar la escuela cambiando las leyes. Cambiaron todo, nombre, contenidos, arquitectura, horarios. Lo único que no cambió fue la escuela. La escuela que he hecho yo se parece demasiado a la de mi nieto. Con lo que ha cambiado el mundo, la escuela se ha quedado casi igual. Tener una buena escuela es un derecho, no debe ser una suerte. Si las leyes fueran capaces de cambiar la realidad sería lo más rápido e inteligente. Italia tiene una legislación escolar estupenda, pero esto no consigue cambiar las prácticas. La solución es cambiar a los maestros, formar buenos maestros. Según Tonucci, lo que se transmite a los futuros maestros para provocar el cambio son conceptos bastante compartidos que encontramos en casi todos los libros de pedagogía que los profesores proponen en la universidad, pero lo hacen como antes, enseñando desde una tarima a personas que lo están escuchando para tomar apuntes y repetir en el examen. La formación debería ser coherente con el modelo educativo, en taller, no en aulas, con grupos de debate, con creatividad, con metodología científica y no dogmática. Para finalizar, concluyó con este deseo: Ojalá seamos capaces de educar a alumnos rebeldes desde los tres años.