domingo, 30 de julio de 2017

La escuela que queremos

Ayer al mediodía del Sabado concluyó el Congreso Aprender a Pensar y a  lo largo de la intervención del expositor hago un resumen de algunas  claves que debería tener la escuela para aprender a pensar. Una escuela que escucha es abierta a todo tipo de lenguajes, rica en estímulos, creativa, cooperativa, científica y democrática. Un momento educativo debería empezar siempre por la escucha y nunca por la propuesta. Siempre tendríamos que empezar escuchando a los niños, lo que les daría una idea de lo importante que es para la escuela cada uno de ellos y lo que puede aportar. Antiguamente los niños iban a la escuela solo para escuchar, un poco como está ocurriendo ahora, presumiendo que quien escucha no sabe y el que habla es el que sabe, al contrario debe ser donde en una escuela  sea el profesor el que escuche a los alumnos para conocer lo que saben, lo que piensan, lo que esperan, lo que pueden aportar.
La escuela debe ofrecer un abanico amplio de lenguajes y no seleccionar algunos por considerarlos más importantes, como leer, escribir y contar. Esto indica una forma de evaluación restringida que no recoge toda la diversidad de los alumnos. Por el contrario, la escuela debería ofrecer una amplia variedad de lenguajes que no destacara unos sobre otros. Entonces dibujar, bailar, hacer manualidades, practicar deportes, realizar experimentos científicos, o cualquier otra forma de expresión, sería igualmente relevante para comunicarse, aprender y valorar la aportación del alumno. El artículo 13 de la convención de los derechos del niño, se debería conocer de memoria por parte de los profesores, habla de la libertad de expresión, por cualquier medio elegido por el niño, cualquier forma de expresión, incluida la artística. Lo que propone es “ofrecer a niños distintos oportunidades distintas” para que cada uno se sienta reconocido en aquello que para él es fundamental. El desafío de la educación consiste en ayudar a cada alumno a descubrir lo que es lo suyo.
La escuela debería ser también un lugar especial integrado por espacios con sentido, como sucede en Infantil, en donde se cuenta con un gran espacio abierto formado por rincones. Esto se pierde al pasar a la primaria, en donde se introduce el concepto cerrado de aula. El aula es ese lugar antinatural en donde los alumnos, sentados durante horas, aunque estén cansados, hacen de todo en la misma postura, las mismas disciplinas”, con transiciones de tiempo tan breves para pasar de unos temas a otros que no permiten al alumno prepararse para cambiar de un aprendizaje a otro. “El niño en el aula, en un minuto tiene que cambiar el chip porque ha salido la señora de lengua y ha entrado la señora de matemáticas. No tiene sentido. Ellos necesitan un tiempo.
La escuela goza de la diversidad porque la hace rica. Debe ser científica y no dogmática; no puede seguir un libro de texto, que es lineal; creativa; que eduque a los niños en el placer y la emoción de buscar nuevas salidas y nuevas soluciones; una escuela cooperativa, democrática, donde los niños son escuchados por los profesores para saber qué saben y para participar en el gobierno de la escuela.
A mi modo de ver la clave del cambio está en los profesores. En nuestro país, en estos 40 años han intentando cambiar la escuela cambiando las leyes. Cambiaron todo, nombre, contenidos, arquitectura, horarios. Lo único que no cambió fue la escuela. La escuela que he hecho yo se parece demasiado a la de mi nieto. Con lo que ha cambiado el mundo, la escuela se ha quedado casi igual. Tener una buena escuela es un derecho, no debe ser una suerte. Si las leyes fueran capaces de cambiar la realidad sería lo más rápido e inteligente. Italia tiene una legislación escolar estupenda, pero esto no consigue cambiar las prácticas. La solución es cambiar a los maestros, formar buenos maestros. Según Tonucci, lo que se transmite a los futuros maestros para provocar el cambio son conceptos bastante compartidos que encontramos en casi todos los libros de pedagogía que los profesores proponen en la universidad, pero lo hacen como antes, enseñando desde una tarima a personas que lo están escuchando para tomar apuntes y repetir en el examen. La formación debería ser coherente con el modelo educativo, en taller, no en aulas, con grupos de debate, con creatividad, con metodología científica y no dogmática. Para finalizar, concluyó con este deseo: Ojalá seamos capaces de educar a alumnos rebeldes desde los tres años.

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