domingo, 8 de marzo de 2020
La desinformación
Una vez mis colegas del colegio matemático Cesar Vallejo me preguntaron que cambiaría de la educación peruana si tuviera un poder supremo. Bueno yo les dije que dedicaría a la educación todo el espacio que los medios de comunicación dedican usualmente a la farándula y a las notas policiales, pues de esa manera se revolucionaría la conciencia ciudadana sobre la prioridad de la educación. Y que todo lo demás, caería por su propio peso. Por lo general, la educación se vuelve noticia cuando hay algún escándalo o desastre de por medio. Eso explica no solo la constante falta de centralidad de la educación en la agenda política nacional, sino el escaso sustento en información de muchas opiniones en el debate público. Hay que cambiar la imagen de escuela por la de una escuela acogedora. El rol de la escuela es acoger al niño. La única institución que recibe a todos los niños del Perú es la escuela, y eso incluye a ese 40, 50, 60% de niños que vienen de familias donde son objeto de maltrato o incomunicación. La única segunda opción que tiene un niño que viene de una familia que no funciona bien, es la escuela. Pero la escuela tiene que verse entonces como un lugar de acogida, por eso venía criticando durante tanto tiempo que se usen notas y la prueba censal desde segundo grado, es decir, desde que tienen siete años. Si quieren evaluar, que evalúen en sexto de primaria, pero en segundo grado muy temprano para golpear la autoestima del niño o la niña a la que a partir de los malos resultados le dicen «tú eres incompetente, tú no sirves». Y además publican los resultados, ¿qué ganancia es esa? ¿Qué quieren que hagan los padres? ¿Presionar a sus hijos? ¿A los profesores? ¿Ahogarlos de estrés? Yo diría que la escuela tiene que verse a sí misma como una escuela que acoge y los maestros tienen que saber que tiene que haber una permeabilidad, una plasticidad, en su quehacer con sus alumnos para garantizar, primero, que todos se sientan bien, acogidos, protegidos, queridos. Entonces podrán poner en juego sus capacidades psíquicas para aprender. Pero no partamos del principio de que, si un alumno de primer grado no responde, no hace la tarea, no rinde lo esperado, entonces los padres tienen la culpa o el niño es un un flojo, un incompetente y, por lo tanto, hay que desaprobarlo. La imagen de escuela y de maestro tiene que cambiar, lo primero que hay que lograr es que el niño y también el profesor, se sientan en casa, se sientan a gusto, sientan que disfrutan, que no quieren que venga el sábado porque les encanta su escuela. Pero si no tenemos eso en la mente y seguimos pensando que nuestro papel como maestros es limitarnos a evaluar, a tomar exámenes, a aprobar a unos y desaprobar a otros, a hacer un ranking para establecer quién es mejor o peor, a generar estrés y frustración, entonces no tiene cabida esta imagen de escuela acogedora. En octubre del 2011, lei un articulo sobre educación donde decía que «Cada alumno es distinto», donde subrayaba la necesidad de una educación cada vez más personalizada. Invocando las investigaciones de Howard Gardner sobre la diversidad de inteligencia humana, se preguntaba por qué si un alumno tiene, digamos, 20 de nota en arte, 18 en literatura, 11 en matemáticas y 11 en biología, lo que va a motivar la reacción de los padres y maestros es el bajo rendimiento en matemáticas y biología, sin que las notas en arte o literatura les llamen mayormente la atención. Allí señalaba, además, que el éxito en la vida se juega en las fortalezas y no en el cultivo de las debilidades de las personas. Precisamente, la Norma Técnica que ha publicado el Ministerio de Educación busca cambiar esa cultura, pero es probable que no la tenga fácil, debido al fuerte arraigo de creencias distintas. En este tema, nuestro entrevistado tiene también opiniones muy claras. Espero que el Ministerio de Educación de un paso adelante en ese sentido, y se vea a sí mismo como inspiración para cosas mejores. Ahí debe resolver un problema de liderazgo, salir a plantear y explicar una posición, hacerla presente en las capacitaciones, de lo contrario no vamos a llegar nunca a cambiar las cosas. Lo mínimo que podría esperarse es avanzar con los que ya están en ese sistema cualitativo, si ya llegaron a primero de media, pues avancen a segundo, a tercero, para no renunciar a algo que ya está siendo construido. Para eso el Ministerio debe transmitir un credo, transmitir ideas claras y desmarcarse, por ejemplo, de la idea de que las letras y los números son equivalentes, porque entonces nunca lograrán diferenciar lo cualitativo de lo cuantitativo. Si el Minedu cree en la evaluación cualitativa, esa debería regir toda la educación básica. Pero hay otra alternativa, aunque es complicada por la inconsistencia descrita antes la rigidez del sistema, y es plantear las dos opciones, poner ambas como hacen algunos colegios. los que quieren letras y los que quieren números, conforme se va avanzando hasta el final deseable. Sería una transacción. Pero siempre que uno quiere poner un parche hay problemas. Pienso que, si el ministerio cree en la evaluación cualitativa y que el uso de letras tipificadoras explica mejor la percepción que tiene un profesor de los logros de un alumno en el proceso de aprendizaje, no puedes decir que eso es válido solo hasta segundo de secundaria, y que para los más grandes la percepción es otra. Esto es inconsistente. Por otro lado, si creo en mi sistema de evaluación, no voy a condenar a un alumno porque tiene una o dos áreas débiles, lo voy a reconocer en sus áreas fuertes, por eso es que, si un alumno tiene que presentar sus notas, digamos 10 notas, voy a eliminar las tres más bajas porque en el promedio esas lo van a jalar hacia abajo. Si realmente creo que el alumno tendrá éxito cultivando sus fortalezas, voy a presentarlo con las notas más altas. Esto es lo que normalmente uno hace cuando hace una carta recomendación, pones el peso en las fortalezas, en los talentos. Hay que ser consistente con un sistema de evaluación, que es mucho más complicado que simplemente poner letras o números. Los profesores tienen instalada la idea de que el ministerio les exige que cumplan el programa como si se tratara de cumplir cada día cada día tres o cuatro páginas. Yo puedo enseñar la Segunda Guerra Mundial en media hora o puedo hacerlo en cinco años. Si el syllabus dice que se debe abordar la Segunda Guerra Mundial, pues en media hora puedo decirte tres cosas y ya está. O puedo dedicarme a un estudio a profundidad de las causas, de los antecedentes, de los actores, de la sinergia, de los grupos de poder, de la geopolítica, de la economía, de las ideologías, le puedo dedicar cinco años a un curso de eso. Lamentablemente hay maestros que asocian el avance de la clase con el avance de las páginas del libro que ha sido escrito por alguien que no es ni el profesor ni conoce a mis alumnos, que es producto de una editorial que asume un alumno estándar y que supone que en 180 horas va a abarcar los 18 capítulos. Le toca al Ministerio salir a explicar, a dar ejemplos, a animar a los maestros para que ensayen otra manera de hacer las cosas. Pero si se limita simplemente a sacar una norma y trata de explicar cómo se aplica, no está jugando un rol de liderazgo. Entonces, el profesor se aferra a lo conocido. Tampoco podemos culpar al profesor, si no la posibilidad de construir una imagen distinta sobre su papel, ¿por qué voy a culpar al profesor de hacer lo que conoce, lo que le da seguridad, si no le han dado la oportunidad de entender y valorar la alternativa? ¿El ministerio cree en la evaluación cualitativa del proceso?, ¿cree en la equivalencia de valor entre las áreas, en cuanto que todas contribuyen a la formación integral desde distintos ángulos?, ¿cree, como buena parte de la comunidad entendida, de que la repitencia no sirve para nada? Si esas son sus ideas fuerza, tiene que sentirse en todo lo que hace, tiene que salir a explicarla y sostenerla.
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