Sólo la ignorancia o la maldad pueden explicar la reciente decisión del muftí (autoridad religiosa) de prohibir el ajedrez en Arabia Saudí. Quizá no tenga la menor idea de la gran importancia histórica del deporte mental en el mundo y en la cultura árabe en concreto. O, todavía peor, tal vez le asuste que sus fieles puedan pensar con lógica.
Uno de los argumentos de Abdulaziz al-Sheij, esta lumbrera de la religión musulmana, es aberrante porque intenta convertir en lacras algunas de las grandes virtudes del ajedrez: “Hace pobre al rico, y rico al pobre. Crea hostilidad y hace malgastar el tiempo”. El hecho de que el ajedrez iguale a todo el mundo, ricos con pobres, discapacitados con superdotados, niños con adultos, hombres con mujeres, tímidos con soberbios. Es precisamente uno de los motivos de sus demostradas virtudes pedagógicas, sociales y terapéuticas. Varios maestros de escuela que lo utilizan como herramienta educativa me han contado la revolución social que se produce en un aula cuando el alumno supuestamente más torpe le gana una partida al líder de la clase. En cuanto a hostilidad, todos los psiquiatras consultados indican justo lo contrario: es una manera muy adecuada de sublimar y desahogar las tendencias violentas que tiene todo ser humano en mayor o menor medida; por eso, entre otros motivos, funciona tan bien en cárceles y reformatorios. El muftí cita asimismo razones ampliamente superadas hace siglos: que el ajedrez implica apuestas de dinero, expresamente prohibidas por el Corán. Eso era cierto, a veces, en la Edad Media, pero ha desaparecido desde entonces, con la reciente excepción de las apuestas por Internet sobre el resultado de los torneos, como ocurre en casi todos los demás deportes. Pero es muy improbable que Abdulaziz al-Sheij se refiera a esto último porque entonces tendría que prohibir todos los deportes. La frase más jugosa del muftí, que nos incita a un interesante buceo histórico, es muy contundente: “El ajedrez es obra de Satanás”. Pero no es nada original porque otros fanáticos religiosos, tanto musulmanes como cristianos, ya dijeron tonterías semejantes a lo largo de los siglos. Con mención especial para el imán Jomeini, quien lo prohibió tras liderar la Revolución de 1979, nada más tomar el poder en Irán, con esta otra sentencia redonda: “El ajedrez es un juego diabólico que perturba la mente de quienes lo practican”. Antes de explicar las curiosas razones de esa decisión, es de justicia aclarar que Jomeini rectificó poco antes de morir, convencido por los argumentos de algunos intelectuales iraníes, que provocaron un debate público después de la huída despavorida de varios jugadores profesionales, como Sharif (nacionalizado francés) o Shirazi (estadounidense), quienes veían peligrar sus vidas o al menos su futuro. Según las escuelas más radicales de interpretación del Corán, los guerreros musulmanes podían relajarse practicando tres actividades beneficiosas cuando volvían del campo de batalla: montar a caballo, tirar con arco y gozar con sus mujeres. Había otras actividades calificadas como inocuas, y toleradas. Por el contrario, el ajedrez estaba considerado como pernicioso por varias razones; entre ellas, las citadas apuestas antiguas; y también que sus piezas representan figuras humanas y de animales, algo rechazado por los coranistas extremos. Sin embargo, los mencionados intelectuales iraníes y otros islamistas moderados lo catalogaban como beneficioso, dado que servía de entrenamiento para desarrollar la estrategia bélica. Ello persuadió a Jomeini en 1988, e Irán es ahora una de las grandes potencias del ajedrez asiático. Pero, como ocurre estos días con el muftí saudí, los talibán afganos no se enteraron de nada de eso o no quisieron enterarse, y también lo prohibieron, en 1996, hasta el punto de que los jugadores de la selección nacional se han jugado la vida varias veces o se han escapado del país para participar en las Olimpiadas de Ajedrez u otros torneos.
Mucho menos traumático fue el intento de prohibición del clérigo iraquí Al Sistani en 2004: sus propios colegas le hicieron desistir, y el equipo nacional, masculino y femenino, siguió acudiendo a las citas internacionales. Hay motivos para augurar que ahora pasará lo mismo en Arabia Saudí. Aunque el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua afirma que las decisiones de un muftí “son consideradas como leyes”, lo cierto es que no siempre se cumplen, o al menos no a rajatabla. Abdulaziz al-Sheij es catalogado como extremista en un país que ya de por sí tiende al fundamentalismo religioso; por ejemplo, es partidario de reforzar la prohibición de que las mujeres conduzcan, contra la opinión de la mayoría de sus compatriotas. De hecho, este edicto contra el ajedrez no es más que una renovación de otro promulgado hace 40 años (poco antes que el de Jomeini) nunca aplicado de verdad, aunque en teoría está prohibido, por ejemplo, pasar un juego de ajedrez por las fronteras saudíes. La ocurrencia del muftí ha tenido mucho eco internacional y ha indignado a los ajedrecistas de su país, quienes sin embargo no parecen asustados. El presidente de la Federación Saudí, Musa bin Thaily, ha anunciado que no piensa cambiar su programación de torneos nacionales, ha cuestionado la decisión del muftí y, para no dejar el menor resquicio de duda, ha matizado: “En las piezas que empleamos en nuestro país, el rey no está coronado por una cruz sino por la media luna creciente del Islam”. Tal vez porque las religiones se basan en la fe ciega, en contraposición al cálculo preciso y la lógica del ajedrez, éste ha sido prohibido en algún momento por el cristianismo, el Islam y el judaísmo. Incluso Buda vedó los juegos que se practicaban en un tablero de ocho por ocho. Sólo así puede entenderse, por ejemplo, que el famoso monje cisterciense francés San Bernardo de Claraval, líder religioso del siglo XII, definiera el ajedrez como “un placer carnal”. Tampoco se sabe por qué al arzobispo de Florencia le parecía que el ajedrez era “vergonzoso, absurdo y asqueroso”, por lo cual castigó a su obispo tras pillarlo in fraganti. Pero el castigo fue benigno porque le mandó lavar los pies a doce pobres. Y algo parecido ocurrió en el siglo XIII con el arzobispo de Canterbury, que calificó el ajedrez como un “vicio execrable”, y condenó al prior de Norfolk, tras descubrir que era ajedrecista, a tres días de pan y agua. La lista de prohibiciones es tan larga que sería tediosa, pero conviene añadir que durante los tiempos de la Sagrada Inquisición, el famoso Savonarola, confesor de Lorenzo de Médicis, amenazó con la condenación eterna a quienes pillase jugando al ajedrez. Por último, aunque por razones muy distintas, es importante mencionar que el Gobierno chino prohibió el ajedrez (así como la música de Beethoven y todo aquello que tuviera algún atisbo “occidental”) durante poco tiempo en el contexto de la Revolución Cultural (1966-1976) mientras el gran líder Mao Zedong agonizaba. Para mayor escarnio del gran desconocimiento o la sutil perversión del muftí, debe subrayarse la enorme importancia de los árabes en la evolución histórica del ajedrez. Ellos lo tomaron de los persas y lo trajeron a España hacia el siglo VIII o IX. Al principio sólo se practicaba entre los ricos, y era uno de los signos de distinción de la clase alta. Pero en los siglos siguientes se hizo interclasista e interétnico, hasta el punto de que el rey Alfonso X, El Sabio, escribió un libro de ajedrez en el siglo XIII, donde desliza la idea que el ajedrez es una magnífica herramienta para favorecer la buena convivencia de musulmanes, judíos y cristianos. Ese concepto sigue siendo muy válido hoy: la Federación Internacional de Ajedrez aglutina a 188 países; entre ellos, casi todos los musulmanes. Sin embargo, que los ciudadanos piensen puede ser muy peligroso para los líderes extremistas irracionales. Quizá esté ahí el meollo de esta noticia.
domingo, 24 de enero de 2016
Quieren prohibir el ajedrez en Arabia Saudita
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