Mi historia empieza con un escupitajo. Hace años cuando empecé muy joven a trabajar como maestro, yo trabajaba en un colegio Santa Anita y enseñaba Ciencias. Había un niño que molestaba a los demás. Un día le puse un cero y se fue llorando. Yo tomaba la combi junto al cole; de pronto se acercó la paradero y, zas, escupitajo, al niño del escupitajo lo desaprobe en muchas asignaturas. Pero lo que hice fue cambiar yo, no intentar cambiarlo a él, recuerdo. Así que le pregunté qué le gustaba hacer. Me dijo que escribir... Durante ese curso fue transformando los temas de Ciencias en cuentos y se los enseñaba a los compañeros. Iba contento al cole cada día. Sacó muy buenas notas. Y cuando vino a recoger las notas, me dio las gracias por haberle dado esa oportunidad. Esta historia me marcó. Cada niño tiene sus inquietudes, a cada niño le gusta hacer algo... Tienen que sentirse importantes. Y los maestros podemos estimular su creatividad. Podemos hacer que vengan a gusto a clase. Pasan 8 horas al día sentados en una carpeta. Mínimo van a estar once años ahí. Se trata de animarlos, de que sean felices. Y de exigirles también. Mostrarles que sin esfuerzo no se consiguen las cosas. Me gusta la frase en inglés no pain, no gain ('sin dolor, no se gana'). Y a los maestros les diría que cuanto más difícil es un niño, mayor es el reto.
La profesión docente es muy maltratada en los últimos años y con la moral bastante baja: recortes, pérdida de autoridad, tasas de fracaso escolar.
Curiosamente, no estamos muy bien situados en el ranking PISA. Quizá porque los docentes necesitan ser héroes, ir a contracorriente o desafiar condiciones muy adversas con imaginación y muchas ganas.
Cuando trabajé en un centro de villa el Salvador la mayoría del alumnado eran de extrema pobreza. Me dieron el cuarto de primaria. Muchos no sabían leer con diez años, y los primeros días eran un dolor de cabeza. Cambié de estrategia. Me pregunté qué me podían enseñar ellos. Y así, mientras un niño me daba lecciones de lo que ellos sabian, yo les escribía una obra de teatro de dos horas para que pudieran acercarse a la lectura. ¡Y funcionó!».
Conversaba con mi amiga Marcia Orosco sobre un tema en debate ¿Otra educación es posible? "No solo es posible, es imprescindible". Estamos ante una crisis mundial de la enseñanza, 250 millones de niños no están aprendiendo lo básico. Y cualquier solución pasa por que las autoridades refuercen la figura y la calidad de los profesores».
No es extraño, pues, que siete de cada diez profesores sientan que su trabajo no es valorado. Y un dato significativo: a pesar de que cada vez hay más herramientas para el trabajo en equipo, pocos colaboran. Cada maestro se preocupa por impartir su materia como buenamente puede.
«La educación es una cuestión de empatía», La empatía no la miden las pruebas estandarizadas y globalizadas a las que se somete a los alumnos de medio mundo cada dos o tres años ¿Las notas? «Lo importante no son los veintes que saque un estudiante , sino que adquiera las herramientas necesarias para valerse cuando sea adulto».
He pasado por colegios de barrios marginales y por escuelas rurales. Intento aprender de los niños y hacerles ver que lo que dicen y lo que hacen me importa. En mi clase para este año prepararems obras de teatro, talleres de experimentos científicos y otros. Ahora en todos esos proyectos, nadie está obligado a involucrarse. Funcionan porque no son obligatorios. Pero yo creo en el efecto contagio. ¡Los niños pueden cambiar el mundo! Unos serán periodistas; otros, panaderos... Y también está el futuro marido que respetará a su mujer o la señora que tratará con cariño a los animales. Por eso es tan importante educar en empatía, el respeto a los demás y hacia ellos mismos. Pero igual que no se puede obligar por ley a que alguien se enamore, el respeto tampoco se puede imponer. La única manera es estimular a esa persona para que el respeto, como la amistad o el amor, le salga de dentro. Por eso es tan importante la profesión de maestro. Y es hora de que se valore.
Cuándo trabaje en el colegio de Manilsa N° 1203 organice con mis chicos de 5to de primaria canciones y cuentos del folclore peruano. Y tambien combine el aprendizaje de la lectura y las matemáticas con las artes y los juegos. Un día nos vestimos con las ropas de los pitufos y otro nos disfrazamos de príncipes y princesas. Aprendemos a escribir metiendo mensajes en botellas. Y hacemos cálculo con chapas y piedras. En mi pupitre habia sitio para la harina, la sal, el azúcar, las verduras... Haciamos representaciones con titeres. Y, por supuesto, antes las fabricamos; y también el teatro; y escribiamos el guion. Pero lo más importante es que los niños satisfagan su necesidad de juego y exploración. Trabajábamos con los materiales de la naturaleza. Pero la mayoría del material lo fabricamos nosotros, en grupo. Los niños son mis socios. Me ayudan a descubrir nuevos métodos de enseñanza. Vengo de una familia de maestros. También yo quiero dejar mi legado, que mis alumnos, cuando sean adultos, se acuerden de su maestro.
Anime a mis estudiantes a aplicar los conocimientos de la ciencia a sus vidas. Asi que instale más de tres jardines y viveros en el colegio N° 1203. Lo primero era que los niños pudiesen comer lo que cultivan. Pero surgieron oportunidades de negocio. Colaboramos con comerciantes locales. Asi que mezcle aprendizaje y trabajo. Mi enfoque es holístico, es decir, total e interdisciplinario. En mis clases mezclo juegos, redes sociales y desafíos que relacionan los hechos de la historia con la vida actual.
Lo que motiva a los alumnos es la personalidad del profesor, su pasión, su chispa, su espíritu de equipo... El buen maestro ayuda a los niños a abrirse al mundo, espolea su curiosidad. Les hace sentir que ellos importan y que su contribución es importante para el mundo.
¿El gran problema de nuestro sistema educativo? Es que no hay suficientes jóvenes que quieran ser profesores, por los bajos sueldos.
Los profesores, antes que impartir conocimientos, deben trasladar emociones a los alumnos. Se aprende mejor cuando uno se emociona. Es difícil aprender sentado detrás de un pupitre. Es mucho más efectivo que un olor o una música te lleven a un periodo histórico. Yo explicaba las fracciones de Matemáticas llevando una torta a clase y cortando porciones. La experiencia ayuda a aprender.
Si la sociedad quiere ser civilizada, tiene que formar buenos maestros y pagarles igual que a los abogados, a los médicos... Dicho esto, hay maestros que no se comportan como profesionales. Disculpan su fracaso diciendo que no tienen tiempo, medios... ¡No hay excusa! ¿Acaso argumenta eso un médico para no curar a un paciente? Si un profesor no consigue que sus alumnos aprendan, no es un buen profesional.
A muchos profesores se nos trata como a monos adiestrados en el circo. En los últimos veinte años hemos visto cómo los gobiernos han adoptado políticas neoliberales para reformar la educación. El paradigma es que la escuela debe atenerse a las leyes del mercado. A los niños se los ve como a una mercancía a la que hay que dotar de valor añadido. La obsesión por medirlo todo nos lleva a preocuparnos más por los exámenes que por educar. Es el peligro de las pruebas estandarizadas, que se han convertido en la norma para comparar países y colegios. Estamos dejando a millones de niños atrás. Y la responsabilidad se externaliza. Primero, los padres se la pasaron a los profesores. Y, ahora, los profesores al sistema. Mi receta es que el educador debe asumir riesgos. Lo que un niño aprende no se puede medir fácilmente, porque cada niño es único y sus resultados, impredecibles. Educar no es solo transmitir conocimientos; es socializar y también ayudar al individuo a profundizar en sus cualidades.
sábado, 14 de febrero de 2015
Una reflexión de un maestro
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