El día a día de varias niñas que estudian en escuelas de comunidades altoandinas como en Ayacucho, escuelas de comunidades indígenas shipibas y asháninkas de Ucayali y escuelas de Ventanilla en el Callao, Lima, certifican el silencio por el que pasan estas niñas y adolescentes en la comunidad que les tocó vivir, como la desigualdad con sus hermanos, amigos y compañeros. Ellas llevan sobre los hombros una gran recarga doméstica en sus hogares, en medio de la pobreza que las rodea, casos de embarazos, trabajo infantil y violencia, que muchas veces se presentan y se convierten en los grandes obstáculos que hacen que sus anhelos y derechos sean inciertos y estén aún más lejos de su alcance.
Haciendo un repaso por las estadísticas, vemos fácilmente la gran desigualdad de oportunidades que tienen las niñas y adolescentes en el Perú. El 76% de personas analfabetas en nuestro país son mujeres y los ingresos económicos de las mujeres son 35% inferiores al de los hombres. A estos números se suma el 87% de mujeres que son víctimas de violencia familiar y sexual.
Y como lo dice la frase: Todo empieza con la educación, también ahí, la mujer es tratada con desigualdad pues por decisión de sus mismas familias, padres o comunidad, las niñas y adolescentes no son enviadas a las escuelas porque contribuyen más en el hogar, se les cree menos hábiles para los aprendizajes intelectuales o simplemente debido al escaso número de escuelas o por su lejanía, ponen en riesgo a las jovencitas que deben trasladarse a sus colegios por largos y solitarios caminos donde se encuentran con acosadores que les impiden llegar a sus centros educativos y ejercer sus derechos, los mismos que en todas las legislaciones vigentes comparte, supuestamente, con los varones.
No podemos cerrar los ojos ante esta realidad, que revela que en las vivencias cotidianas, en la distribución de las tareas y responsabilidades, en las formas de participación en el aula y en las imágenes y textos escolares está impregnada la discriminación de género.
Mientras más conozcamos la realidad y unamos esfuerzos para que todos los implicados, desde el rol que tengamos, nos comprometamos a que las niñas y niños de nuestro país tengan las mismas oportunidades, se logrará que la escuela del silencio se convierta en un grito de felicidad.
jueves, 1 de enero de 2015
La escuela del silencio, la realidad de la desigualdad de género
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