lunes, 29 de diciembre de 2014

El futuro de nuestra educación.

Somos un país en crecimiento económico, rico en biodiversidad y diversidad cultural, habitado por gente tenaz, perseverante y creativa. Tenemos el potencial humano necesario para afrontar sus desafíos históricos y lograr un desarrollo sostenible redistribuyendo equitativamente la riqueza, fortalecer la democracia y el ejercicio pleno de la ciudadanía, superando exclusiones y desigualdades, así como para construir un Estado eficiente y transparente al servicio de todos.

Para desarrollar este potencial necesitamos formar personas capaces de enfrentar las adversidades y retos en los diversos contextos de nuestro territorio y sobretodo en una sociedad del conocimiento en continuo cambio. Esta formación tiene que darse a lo largo de la vida, convirtiendo la etapa escolar en una oportunidad para desarrollar ese potencial a sus más altos niveles.

El Ministerio de Educación trabaja para que el sistema escolar se oriente en esa dirección, colocando los aprendizajes al centro de su preocupación, dotando a las escuelas de material educativo de calidad, pertinente a la diversidad cultural y lingüística, involucrando a los padres de familia como socios principales, priorizando las necesidades de las escuelas más pobres, y desarrollando en docentes y directores las competencias requeridas.

La nueva política curricular busca consolidar un camino, iniciado hace varias décadas, para dejar atrás una enseñanza memorística y repetitiva. Se propone avanzar al logro de ocho aprendizajes fundame

Los niños, adolescentes y jóvenes peruanos necesitan aprender a lo largo de su educación básica las competencias necesarias para crecer como personas, desarrollarse a sí mismos y desenvolverse bien en el complejo mundo de hoy, así como para alcanzar las metas que se propongan como personas y como país.

Saber moverse en los distintos escenarios que ofrece el país y afrontar los desafíos que el siglo XXI plantea a su vida personal, social, ciudadana, laboral e intelectual, exige a las actuales generaciones lograr cuando menos ocho aprendizajes fundamentales.

En cualquier ámbito en que se desenvuelvan, las generaciones de hoy requieren aprender a actuar e interactuar con otros demostrando autoestima y autonomía, a favor del propio bienestar físico y emocional. Además, necesitan aprovechar las oportunidades demostrando emprendimiento; así como cuidar su cuerpo a través del ejercicio físico y adecuadas prácticas de salud y nutrición a lo largo de la vida.

También deben ejercer de manera plena su ciudadanía, mostrando que saben convivir, participar, deliberar y actuar con responsabilidad por el bien común. Todo ello reforzado por competencias que les ayude a comprender su presente desde una mirada histórica, espacial y ambiental, así como económica.

Asimismo, tienen que aprender a comunicarse eficazmente a través de distintos lenguajes, una competencia indispensable para su desarrollo personal y la convivencia social. No es menos importante que logren expresarse artísticamente

A cualquier edad, el aprendizaje es un cambio relativamente permanente en el comportamiento, el pensamiento o los afectos de toda persona, a consecuencia de la experiencia y de su interacción consciente con el entorno en que vive o con otras personas. Desde la infancia hasta la madurez, tenemos la aptitud de registrar, analizar, razonar y valorar nuestras experiencias, convirtiendo nuestras percepciones y deducciones en conocimiento.

Niños, adolescentes, jóvenes y adultos aprendemos siempre de ese modo y lo hacemos a partir de nuestras propias posibilidades, de los saberes que hemos cosechado previamente en nuestra experiencia del mundo y de nuestras emociones. Nuestra identidad y nuestra cosecha representan los filtros a través de los cuales seleccionamos, valoramos e incorporamos cada experiencia, convirtiéndola en aprendizaje.

Estos filtros que nos permiten seleccionar nuestras experiencias y traducirlas en conocimiento, son distintos a cada edad y también en cada sociedad, cultura y época. Es natural que las personas varíen su forma de ver y valorar las cosas según el contexto en el que se encuentren o según el tiempo y el lugar en que hayan nacido. Es la razón porque dos personas pueden tener apreciaciones distintas sobre los mismos hechos y obtener aprendizajes diferentes de la misma experiencia.

Nuestra propia trayectoria y personalidad, nuestros afectos y preferencias, son también filtros importantes, que influyen en nuestra manera de razonar y valorar nuestras expectativas.

En edades tempranas, el aprendizaje depende esencialmente de la experiencia directa y sensorial de los niños con sus entornos, los objetos y las personas, una vivencia siempre filtrada y traducida desde la particular forma de ver el mundo de cada uno, en el contexto de su cultura y las influencias de su medio.

No obstante, no todos los niños perciben, registran y se relacionan con sus experiencias de la misma manera, pues los seres humanos venimos al mundo con sensibilidades distintas respecto de los diversos estímulos de la realidad. Algunos tienen mayor receptividad a estímulos sociales y se activan mentalmente con mayor rapidez en la interacción con otras personas. A otros le ocurre lo mismo con estímulos sonoros, otros con la palabra, otros con su propia emocionalidad y estados de conciencia, otros con el movimiento del cuerpo, otros en interacción con formas, espacios y relaciones. Así es de variada la inteligencia humana.

Así, la educación inicial debe ofrecer a los niños oportunidades de aprendizaje sumamente variadas y de carácter multisensorial, que aprovechen su curiosidad natural y su afán investigador, permitiéndole a la vez aprender desde su propio estilo, desde sus propias posibilidades de producir conocimiento sobre el mundo y de generar habilidades para moverse en él.

A partir de los seis años, los niños pueden representar mejor la realidad y por lo tanto están en condiciones de intermediar su relación con ella a través de abstracciones. No obstante, la experiencia directa va a seguir siendo un factor de gran importancia para ampliar las posibilidades de volver más significativo un determinado aprendizaje.

En este periodo de la vida, los niños ya han definido un estilo de aprendizaje y su preferencia por determinado tipo de estímulos y experiencias que se hace más notoria. Siendo que el estilo tradicional de la enseñanza escolar privilegia la oralidad, la escritura y el sedentarismo, no tomar en cuenta la diversidad de formas de conocer y aprender supone favorecer las posibilidades de algunos y perjudicar la de otros. Los estilos que no implican el uso del razonamiento lógico y la palabra suponen una inteligencia distinta, no disminuida, y necesitan también oportunidades de aprendizaje pertinentes a sus propios códigos y fortalezas.

Durante este periodo, la curiosidad sigue siendo una característica básica, tanto como la necesidad de comunicarse, de interactuar y de entrar en acción. Las actividades pedagógicas que sepan aprovechar esta forma de relacionarse con el mundo pueden despertar en los niños interés y compromiso con sus desafíos de aprendizaje.

Hacia el fin de la primaria e inicios de la secundaria, la capacidad de pensar de los estudiantes ha madurado significativamente, lo que se empieza a notar en la manera como atienden, reconocen, codifican y almacenan la información en su memoria, para recuperarla después. A esta edad están en mejores condiciones de reflexionar objetivamente sobre esas operaciones mentales y de identificar la mejor forma de utilizarlas conscientemente para lograr una meta de aprendizaje.

De este modo, pueden elegir la estrategia más útil en cada caso para dirigir sus esfuerzos, supervisar su proceso y autorregular su actividad intelectual. Es la experiencia previa de aprendizaje la que le permite evaluar las estrategias empleadas y seleccionarla con más acierto.

Los adolescentes pueden reconocer mejor sus saberes previos y diferenciarlos de los nuevos conocimientos o habilidades que le proponen aprender y formarse una opinión sobre lo que está aprendiendo. Esto es lo que les permitiría aprender a aprender, formarse como personas que saben lo que saben, cómo lo saben y el valor que tiene ese saber.

Un medio importante que aporta mucho al aprendizaje escolar a cualquier edad son los materiales educativos, los cuales pueden ser definidos como recursos o herramientas pedagógicas cuyo propósito es facilitar el proceso de enseñar y aprender. Bien utilizados, complementan y fortalecen la práctica del docente, facilitando la implementación del currículo, dentro de un enfoque pedagógico que otorga protagonismo al estudiante en su proceso formativo y exige de él una mente permanentemente activa, reflexiva y crítica.

Estos recursos pueden ser materiales impresos, concretos, audiovisuales, tecnológicos o digitales. Si ayudan en el aprendizaje es porque motivan el interés de los estudiantes, los orientan y les sirven de apoyo en su proceso de descubrimiento, reflexión y elaboración autónoma de ideas, sea que los utilicen solos o en interacción colaborativa con otros estudiantes.

Un objeto cualquiera puede convertirse en material educativo si cumple un objetivo o función pedagógica, aun cuando no haya sido diseñado específicamente para tal fin. Algunos sirven de apoyo al desarrollo de competencias a lo largo del tiempo, como los textos escolares, los cuadernos de trabajo, las bibliotecas escolares, los materiales de psicomotricidad, etc. Otros facilitan el desarrollo de capacidades específicas, de logro más inmediato, como las letras móviles, ábacos, bloques lógicos, geoplanos, maquetas de ciencias, etc.

Hay materiales educativos que contribuyen a generar oportunidades para nuevo aprendizaje.

Los espacios donde pueden lograrse aprendizajes valiosos de toda índole, tanto en la infancia como en la adolescencia y juventud o en la vida adulta, no son sólo los delimitados por las cuatro paredes del aula y de la escuela. Todas las experiencias de vida de los estudiantes, sean fuera o dentro de la escuela, al interior de las actividades familiares, sociales, productivas o culturales típicas de la localidad, pueden ser una fuente importante de aprendizajes si es que se vuelven objeto de reflexión y análisis, motivando la generación de conocimientos nuevos.

A toda edad los estudiantes se mueven en distintos escenarios y afrontan variadas situaciones que suponen dilemas o desafíos, los cuales necesitan entender y responder apelando a todo lo que saben y a los medios que tienen disponibles. Además, se proponen objetivos de diversa naturaleza, sea que se trate de conseguir prestado el juguete de su amigo, de evitar que sus hermanos pequeños se hagan daño cuando están solos, de preparar alimentos en casa en ausencia de la madre o de hacer las compras del mercado sin olvidar nada y regresar con el vuelto exacto.

En estas u otras situaciones, de acuerdo a su edad y a su grado de maduración, no sólo registran valiosa información sobre su familia o su localidad, sino que ponen en juego diversas habilidades y aplican conocimientos aprendidos en otros contextos para ensayar soluciones.

Estas experiencias, aprovechadas pedagógicamente, pueden propiciar aprendizajes diversos y pertinentes.

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