martes, 9 de diciembre de 2014

Salto hacia adelante


¿Por qué un objeto tan trajinado como el currículo escolar en el Perú necesita sufrir una nueva metamorfosis?
 Los resultados de la última evaluación efectuada por PISA en lectura, matemática y ciencia han servido para confirmar lo que ya sabíamos: que nuestro sistema escolar no logra remontar sus viejas deficiencias a pesar de los lentos progresos experimentados en los últimos años. Pero ¿cuáles son las causas? Hemos escuchado hasta ahora numerosas explicaciones que lo atribuyen al mal desempeño de los profesores, los niveles de pobreza de nuestros estudiantes, la baja calidad de las instituciones formadoras o las desigualdades sociales.
 Aunque estas explicaciones no son excluyentes y tienen parte de razón, nótese que todas ellas dirigen la atención de la opinión pública hacia factores ajenos al sistema escolar. Los responsables parecen ser siempre los otros. El sistema, en cambio, se supone correctamente diseñado y tanto los insumos como los servicios que entregan a las escuelas parecieran no tener nada que ver con el bajo rendimiento escolar.
 Esta tendencia a buscar las razones del fracaso fuera de la propia casa, se fue revelando sesgada e inconsistente en los últimos tramos del siglo XX. Recién entonces los formuladores y decisores de las políticas educativas empezaron a plantearse preguntas que antes no surgían. Por ejemplo: ¿Y no seremos nosotros los que no estamos haciendo bien las cosas?
 Es así como empezamos a cuestionar la gestión del sistema educativo, el tipo de escuelas que tenemos, las políticas de formación docente y el propio currículo escolar. Desde inicios de los años 2000 diversos estudios fueron haciendo cada vez más evidente que muchos docentes aplicaban sólo parcialmente el currículo oficial, omitiendo las partes que no comprendían, que suponían inaccesibles para sus alumnos o que no tenían tiempo de enseñar. Tendían a priorizar lo más sencillo. Las pruebas nacionales, sin embargo, que sí se basaban en el currículo oficial, se encontraron con estudiantes que no podían demostrar capacidades que nunca tuvieron ocasión de aprender.
 El Diseño Curricular Nacional, promulgado a fines del 2005, tuvo la virtud de cerrar un largo periodo de pugnas y contradicciones en materia de reforma curricular. Felizmente, confirmó su orientación a competencias y consolidó los diversos programas existentes en un solo documento, pero lo que no pudo corregir fueron los pasivos de una década de vaivenes y ambigüedades. El resultado: un currículo con 151 competencias desagregadas en 5 mil 635 demandas de aprendizaje. Es decir, un currículo imposible de ser enseñado en los tiempos realmente disponibles en el periodo escolar. Un currículo, además, confuso, por la poca claridad de sus demandas y la discontinuidad entre los aprendizajes propuestos de un grado a otro.
 La consecuencia directa de este problema es que los docentes lo usaron poco y mal. El abismo creciente entre lo que el currículo demandaba aprender y lo que en verdad se enseñaba en las aulas es hoy un hecho verificado que ayuda también a explicar el bajo rendimiento en las escuelas.
 El Consejo Nacional de Educación, consciente de esta situación, planteó en el Proyecto Educativo Nacional el 2007, dos años después de promulgado el DCN, dar un salto cualitativo en materia de política curricular: transitar de un sobredimensionado currículo único a un Marco Curricular Nacional, menos denso y más coherente, que posibilite a las regiones complementarlo con sus propias demandas de aprendizaje. Esa es justamente la dirección que está tomando hoy la política curricular nacional.
 Naturalmente, mejorar las habilidades docentes y enfocarlas al desarrollo de competencias, sigue siendo tan necesario como reformar las escuelas para volverlas más eficaces y estimulantes. Pero un currículo más comprensible y enseñable es una condición necesaria para que la formación docente y la gestión escolar enfoquen mejor la dirección de sus esfuerzos, y para que los propios maestros sepan de manera indudable que es lo que la sociedad espera como resultado de su trabajo profesional.

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