A Marcia la conoci en la academia Cesar Vallejo ubicado en Pedregal - Chosica, entramos a la UNE 1993, y desde esa fecha somos grandes amigos. También estudio Psicología en la PUCP.
Premunido de una larguísima experiencia como maestra y catedrática en la UNE. Su acercamiento al tema está caracterizado por la sensibilidad, la preocupación por aspectos sociales, familiares y personales tanto de alumnos como de profesores y una profunda visión del valor espiritual del ser humano. En esta entrevista que realizo, Marcia abordara temas como los cambios tecnológicos y su influencia en la relación docente-alumno, el rol del Estado y los padres de familia, entre otros tópicos de actualidad educativa.
Es difícil pensar en un maestro que hoy, no llegue con cierta dosis de estrés personal al aula
Y no sólo por las dificultades que tenemos que encarar como maestros, sino también por las condiciones en las que nos toca trabajar. Y una de esas es qué tipo de características tienen hoy las chicas y los chicos que llegan al aula. Traen otro tipo de preocupaciones y de reacciones en su relación con sus padres y su familia. De la imagen misma que tienen del colegio, de la maestra o el maestro. Todo esto produce resistencias internas.
¿Esas subjetividades tienen que ver también con el reconocimiento y valoración profesional al docente?
El reconocimiento viene primero si nosotros los maestros reconocemos a los niños, pero no como clientes, que es el criterio que se ha impuesto ahora. El niño se siente así y, por tanto, asume también ese concepto de que el cliente siempre tiene la razón. Entonces, el reconocimiento viene en primer lugar, en cómo el niño se siente reconocido como un sujeto de derechos y de responsabilidades, y no como alguien que no hay que perder. Hay incluso directores que dicen: “Aquí no se jala a nadie porque perdemos alumnos.” Es ese deterioro de la representación del maestro la que hace que muchos niños lo vean como un funcionario pagado, por tanto, es “mi empleado”.
Es lo que se llama la política de mercantilización de la educación.
Claro, nosotros somos receptores en las relaciones interpersonales de estas tensiones, estos conflictos, pero detrás hay toda una concepción sistémica de la educación, que es vista como una mercancía que hay que vender, ofrecer, que se dice de “buena calidad” pero que nadie controla. En este marco mercantilista, el maestro, con su vocación de servicio, de formar a las nuevas generaciones de ciudadanos, es visualizado como un empleado de las familias. Es el sentido mercantil de la educación, que ha pasado de ser un bien público a un bien en el mercado.
¿Hay responsabilidad del maestro en la crisis de la educación?
La escuela no se reduce al maestro, sino a todo lo que la rodea. Así como el clima social influye en nuestra motivación, concentración, dedicación, así también influye el clima institucional en la motivación del maestro.
¿Aquí se da lo que usted llama el encuentro de las subjetividades?
Esta situación es importante, porque el proceso educativo es un encuentro de subjetividades, es decir, nos encontramos yo con mi mundo y mi cultura, y la del niño con su propia cultura, la que trae a la escuela; y esto, al margen de las condiciones materiales de la escuela. Pero esas subjetividades también se dan en el plano de los propios docentes. Por ejemplo, donde hay un mal clima institucional, las relaciones entre los mismos profesionales acaban rompiéndose y eso repercute en los niños. Y no sólo eso, hay otras cosas.
En el proceso de la enseñanza ¿los docentes tensionan a sus alumnos?
Claro, porque los ponemos en situación de esforzarse. Hoy los niveles de esfuerzo se han reducido por la tecnología informática que está casi en todas partes transmitiendo en forma inmediata y entretenida lo que al alumno le interesa, al instante. Y los maestros, por poco que exijan, ya pueden generar una desavenencia, una situación menos agradable, al ordenarles que se concentren en su pizarra. Entonces, han aumentado los niveles de vulnerabilidad causando estrés. Aún tenemos un desencuentro en los procesos didácticos, pero que no es un problema solo de la tecnología, sino de estas nuevas subjetividades constituidas por múltiples factores que no se han tomado en cuenta. Antes de la tecnología informática teníamos el de la televisión, que aún tampoco se resuelve.
Hay una ruptura entre los docentes y los estudiantes producto de la tecnología digital
Porque se ha roto el vínculo maestro-estudiante. Por ejemplo, en un aula de clases todos tienen sus computadores. Eso reduce la labor del maestro. Y me pregunto: ¿qué vínculo pedagógico es ese? A lo más será un vínculo instructivo. El maestro en este esquema solo sirve para trabajar bien con las máquinas; pues bien, ahí hay una ruptura del vínculo educativo y pedagógico en términos de proyecto social, de acompañamiento de los procesos del desarrollo de vida de un muchacho o una muchacha. Y te estoy hablando de lo que ya se detectaba hace más de 20 años. Ahora tenemos genios, chiquillos que son unas fieras con la tecnología, pero, ¿qué es lo que ha pasado? Se ha desarrollado una parte del cerebro, y toda la parte emocional, afectiva, se ha descuidado. No se trata de condenar a la tecnología, sino de reinventar el vínculo pedagógico entre el docente y el estudiante
Ante esta situación ¿qué debe hacer el profesor?
Tiene que reinventarse. Necesitamos un docente que maneje bien el discurso tecnológico, o técnico si se quiere, porque es el lenguaje cotidiano de las nuevas generaciones. Hablaba con una niña de 11 años y le preguntaba cómo le iba en el colegio, y me responde: “¡Aburridísima, profesor!” Y si dijéramos:” Abran sus tablets”, saquen sus laptop: “!Uyyyyy, qué interesante sería la escuela!”. Y en este ejemplo vemos: aburrida la escuela cuando no hay esos cachivaches, pero qué interesante si todos podemos participar del proceso educativo. Por eso digo: reinventar nuestro rol es reinventar también nuestra relación a partir de la tecnología, porque no es que la tecnología no comunique subjetividades.
¿Cómo evitar esta ruptura pedagógica?
Confieso que la tecnología es un elemento que nos permitirá reinventar nuestro rol, no sólo del maestro, sino de todo lo que pasa en la institución. A los alumnos, además de tecnología, hay que darles actividades colectivas, deportes, espacios de encuentro de arte, música, asambleas para decidir juntos. Lo que no se debe es descuidar la formación humanista, que es esencial para nuestro desarrollo como personas. Si se ve así, entonces la educación en la era de las tecnologías será beneficiosa. Y aquí una anécdota. El otro día me encuentro con un amiguito y le pregunto: “Oye ¿qué tales tus vacaciones?” Y me responde: “Estas vacaciones están siendo formidables, he jugado todo el día”. Y le digo “¿Qué, te fuiste al parque, o jugaste fútbol?”. “No, no, no”, me responde y me enseña su videojuego. Pero el niño feliz, porque para él eso es jugar.
¿Cómo se siente hoy ser profesor de escuela pública?
Aquí hay dos cosas. Educación privada no es sinónimo de calidad, así como educación pública no es sinónimo de mediocridad. Hay cosas buenas y malas en un lado como en el otro. Esta forma de esquematizar y decir que “a mi hijo lo envío a la escuela privada porque es mejor”, se condice con otra cosa: “Yo al Seguro Social ¡ni hablar! Me voy a la clínica.” Estas formas de ver, no ayudan a comprender la complejidad de lo que es una educación de calidad. La mercantilización de la educación ha producido esta explosión de la Educación Privada. El problema no es que esté en tal o cual escuela, el problema es lo qué tiene en la cabeza
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