A veces me pregunto, si tuvieran
que tener una imagen-objetivo en la cabeza los gobernantes respecto al
desarrollo del país, y en particular la educación, que pudiera ser representada
por una palabra y un valor ¿Cuáles serían? A mi entender, INNOVACIÓN y CORAJE.
INNOVACIÓN,
porque todo lo hecho en educación desde después de Velasco es regresar al
libreto de Odría, con más de lo mismo aunque con maquillajes cosméticos.
Las G.U.E. se llaman colegios emblemáticos, el currículo por contenidos y
objetivos se llama currículo por competencias, las notas se ponen con letras en
primaria, la queja de falta de presupuesto para infraestructura, equipamiento,
salarios docentes sigue igual y con ello se justifican los fracasos, la
pedagogía maestro centrada en la que el profesor y alumno de hoy pueden ser
reemplazados por los de hace 100 años porque hacen lo mismo sigue intacta, y
por si fuera poco, no hay mejoras significativas ni siquiera en los indicadores
que el Minedu se ha inventado para hablar de logros de aprendizajes escolar
(salvo para los triunfalistas que dicen que tener 65% de fracasos en esas
retrógradas pruebas estandarizadas es un logro frente a tener 85% de fracasos,
olvidando que los niños no van a la escuela para fracasar, mucho menos a los 7
años). Me ilusiona
pensar en que algún día tendremos un gobernante en América Latina (ojalá el
Perú) que diga “este modelo no da para más, no cumple su misión, hay que ir por
otra vía”. Y que esa vía se construya a partir de la suma de centenas de
iniciativas innovadoras que se desarrollen en el terreno. Que el Minedu no se
vea a sí mismo como el genio creador de innovaciones sino como el angelical
promotor de alicientes e incentivos para que hagan innovación los que son
capaces de hacerla, para luego aprender de ellos y difundirla. Talento hay.
Incentivo ninguno.
CORAJE, porque para hacer lo anterior
hay que tener coraje, valentía, capacidad de dar la lucha liberadora por
ideales. Mientras la política del Gobierno y el Minedu sea hacer más de lo
mismo con algo más de plata para no abrirse frentes de resistencia, y estén
motivados por “no hagas X no vaya a ser que Y se moleste”, y no estén dispuestos
a dar la batalla abierta para que el público entienda que lo que les está
dando el sistema educativa es muy poco, no lo lograremos. El modelo actual
no los pone en condiciones de tener éxito como ciudadanos (la democracia
peruana hace tiempo se cae en pedazos), ni ser competitivos (el desempleo
por incompetentes de los egresados del sistema educativo incluyendo
profesionales es fuente de enorme frustración) ni de ser socialmente
responsables (el egoísmo, la corrupción, la inseguridad, la polarización
política generan enormes dificultades e ineficiencias).
El Perú necesita un sueño, una meta
visible que entusiasme y convoque voluntades colectivas, una sensación de
orgullo que no nazca antes de un partido de fútbol y se caiga luego de la
derrota, y que denote que ya somos capaces de levantar la cerviz, porque ya
abandonamos el sentimiento de inferioridad e impotencia frente a lo extranjero
que nuestro ADN heredó por 500 años. El Perú necesita
reconstruir su imagen de país viable, en el que la educación innovadora
lidera la ambición pública y política, porque es el único ámbito en el que
todos los peruanos transitan al menos por algunos años de su vida, en el rol de
alumnos y luego de padres y abuelos. La huella que les
deja ese paso es la que define si avanzaremos (porque somos capaces y
corajudos) o perderemos (porque somos cobardes e incompetentes). Podemos
estar en la puerta de una nueva página en la historia de la educación peruana.
Veamos si esta vez cambian el diseño y los colores del libreto.