América Latina pasa por un momento muy especial. Es la región del mundo con economías que más crecen; la que ha reducido su pobreza de manera sustantiva al igual que la informalidad laboral; la que ve progresar muchos de sus indicadores sociales y que mejora sus resultados educativos a un ritmo muy dinámico, aún cuando las brechas en relación a los países de mayor desarrollo es grande. A su vez enfrenta el reto de la globalización y la presencia cada vez mayor de las nuevas tecnologías. La competitividad convertida en una variable esencial para el crecimiento económico, depende mucho de la disponibilidad de capital humano bien formado que dispongan las naciones. Al respecto, la oferta de oportunidades educativas ha crecido y muchos países han logrado o están muy cerca de la universalización de la educación primaria. Los progresos en la escolarización de la educación inicial y secundaria son notorios, aunque aún hay regiones al interior de los países que no alcanzan un mínimo de grados de escolaridad que les de más posibilidades de salir de la pobreza. Hay un déficit educativo que se arrastra desde el siglo pasado y que tiene que ver con culminar los procesos de universalización de la educación básica para toda la población en edad de recibirla, pero también con la escasa calidad de los sistemas educativos que no preparan con suficiencia y pertinencia el personal que se requiere para el desarrollo. Al déficit de oportunidades y calidad que vienen de décadas atrás se suman las demandas de formación para el siglo XXI. Son demandas cuyo contexto se caracteriza por un incremento intenso del conocimiento y la actividad científica; empleos que exigen actividades más intelectuales, no rutinarias e interactivas; tecnologías que evolucionan constantemente y nuevos problemas de diversa índole que surgen producto de la constante mutación social. Frente a esta dinámica de cambios los sistemas educativos deben ofrecer las respuestas adecuadas. Por un lado, preparar para un futuro del cual muy poco sabemos cómo evolucionará. Por otro lado, dotar a los ciudadanos de unas competencias básicas que les permitan actuar con éxito en esta nueva sociedad, así como unas competencias denominadas socioemocionales y de comportamiento interpersonal cada vez más demandadas para tener éxito en la vida. En síntesis, lo que plantea la nueva sociedad son reformas sustantivas de el sistema educativo y de las prácticas de aprendizaje. Se necesitan escuelas que sigan más cerca el cambio social, tecnológico y del mundo de la producción; docentes que adquieran previamente las competencias que se aspira trasmitan a sus estudiantes; propuestas curriculares y de evaluación basadas que consideren, de un lado, que no solo basta trasmitir conocimientos sino utilizarlos como vía para que los estudiantes los apliquen en situaciones de la vida cotidiana y en su formación integral como personas. De otro lado, que las posibilidades y la potencialidad de recursos para aprender y enseñar se acercan a lo infinito. La escuela no es más el único lugar de aprendizaje como tampoco el docente es el único trasmisor del mismo. Los desafíos que tiene la educación en los siguientes años son considerables pero hay una contexto alentador y favorable. Las economías seguirán creciendo, quizá no tanto como en los años previos pero a tasas importantes. A su vez los presupuestos destinados a la educación pública seguirán creciendo. La sociedad en general es mucho más consciente que antes de la importancia de la educación como motor del desarrollo. Finalmente, para mantener tasas adecuadas de crecimiento económico necesitamos seguir invirtiendo en educación. Siendo así, no perdamos la oportunidad de avanzar el la mejora de la calidad y resultados educativos.
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