miércoles, 17 de diciembre de 2014

La Escuela mata la Creatividad

Tal es el título de una de las conocidas charlas de la pedagoga  Marcia Orozco, excelente maestra, que siempre dará qué pensar a quien le escuche sin miedo. Ante la demoledora sentencia, la escuela mata la creatividad, Marcia y yo pusimos en marcha una pequeña iniciativa: dar a unos estudiantes de siete años de la I.E. San Francsco de Asis en Chaclacayo un cuaderno de contenido libre. En él rotularon una portada con la frase Yo soy artista y se pusieron a trabajar. Aquel cuaderno, en un momento, se transformó en su tesoro: escribían diarios, inventaban historias, copiaban pasajes de cuentos, pintaban dibujos y hacían collages con recortes de revistas.
Un niño elaboró un manual de rocas y minerales, una niña reprodujo, con brillantes colores, las figuras geométricas que conocía, otra practicó el concepto de simetría pintando mariquitas. Un niño, que hasta hace poco pintaba figuras humanas sin cuerpo, se puso a diseñar complejos edificios de formas rectilíneas, otro hizo un guía de futbolistas y varios mapas físicos y políticos.  Muchos hicieron dibujos y cuentos con sus profesoras como protagonistas, alimentando, de paso, nuestro narcisismo hasta el infinito. 
De vez en cuando, en especial los sabados en la tarde nos reunimos en la alfombra y mostramos los cuadernos, respetando siempre la libertad de no participar. En definitiva, una idea sencilla para mantener despierta esa iniciativa de los niños que, aparentemente, los adultos vamos sofocando a medida que crecen.        
Dentro de la presentación de Marcia, me gusta especialmente la anécdota de la niña que está pintando a Dios. “¡Pero nadie sabe cómo es Dios!” le dice el profesor. “Bueno”, contesta ella, “lo sabrán en cuánto acabe mi dibujo”.
Marcia afirma que todos los niños y niñas están dotados de un talento que desperdiciamos sin piedad. Defiende que el desarrollo de la creatividad en el colegio es tan importante como la alfabetización de los alumnos, y que deberíamos darle el mismo estatus. Nos pone especialmente en evidencia diciendo que los profesores no explicamos a los niños que equivocarse es una parte imprescindible del proceso de aprendizaje. De hecho, los más pequeños tienden a buscar soluciones cuándo no están seguros de la respuesta pero, a medida que crecen, empiezan a inhibirse por miedo al error. (Es cierto que a nuestros alumnos les cuesta entender que hay muchas cosas que son como ellos quieran: se trata de que tomen sus decisiones. A partir de los 8 años enseñan un dibujo espontáneo preguntando ¿Es así? Nunca un niño más pequeño preguntaría lo mismo a un adulto. Su dibujo es lo que es. En los casos más flagrantes un profesor puede llegar a decir algo así como ¡Pero cuándo se ha visto a alguien con el pelo verde!). Sin embargo, si no se está preparado para equivocarse, nunca se podrá ser original. Marcia describe cómo los sistemas educativos de todas partes del mundo tienen algo en común: primar las asignaturas instrumentales sobre las artísticas y la educación física. Nuestros sistemas educativos, ideados con arreglo a las necesidades de la segunda revolución industrial, necesitarían de una revisión en profundidad, ahora que ser original es precisamente lo único que nos va a situar por encima de lo que un ordenador puede realizar. Esto explicaría por qué mucha gente brillante piensa que no lo es: el talento artístico que poseen fue menospreciado -incluso estigmatizado- en el colegio, en el que sólo se valoró un tipo de inteligencia: la académica. Parecería que toda la Educación Inicial, Primaria y Secundaria fuera un complejo proceso de preparación de la selectividad universitaria. Deberíamos tener en cuenta las tres cosas que sabemos sobre la inteligencia: que es diversa (visual, auditiva, cinética…), que es dinámica (pues la creatividad se produce en la interacción de la forma de ver las cosas por distintas disciplinas) y que es absolutamente personal. Una bailarina, por ejemplo, sería alguien que necesita moverse para pensar. Una escuela eficaz aconsejaría a sus padres que la llevaran a clase de baile; una escuela convencional propondría medicar a la niña para mantenerla quieta. Concluye Marcia que debemos usar el don de la imaginación humana de manera sabia, reconociendo la riqueza que nos aporta la creatividad, y educando todas las facetas de la personalidad del niño para ayudarle a enfrentar su futuro. 

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